El rasgo y la función del cartel
La potencia del cartel está en que posibilita efectos de formación a partir de la transferencia de trabajo, pero también efectos de satisfacción, en lo que es posible perderse de no estar advertido. En la comprensión se cierra el agujero, el buen agujero respecto al saber. Lo que haría posible en cada encuentro, un consentimiento al S(Ⱥ). Para el psicoanálisis, hacer operar el buen agujero supone una función de borde que permite descompactar, inconsistir el sentido coagulado, abrir una hiancia desde donde el sujeto pueda tomar la palabra.
El miedo que no alcanza a ser síntoma ni fobia
¿Hay relación entre la errancia, la desregulación de los niños y los miedos que mantienen una dimensión opaca por no alcanzar a ser metaforizados bajo la forma de una fobia? Una fobia puede orientar, localiza la angustia en un objeto fóbico, puede conducir a una solución sintomática, en torno a la cual el niño organiza su mundo, sus significaciones, su relación al Otro. Me interrogan los casos en que los niños parecen vivir angustiados, tomados por un miedo constante que en su opacidad se presenta como empuje al acto. También los vemos bajo formas inhibitorias graves, en las que el niño se muestra en total indefensión.
¿Todos estos comportamientos obedecen a un empuje al acto o ya allí hay una suerte de defensa? Son niños inmersos en lo real del miedo. Afectados por un afecto que solo encuentra su tratamiento vía el acto. Indudablemente son niños empujados al acto a la vez que atemorizados, el miedo toma las formas quizás de lo más real del Otro, su voracidad constante o una mirada que petrifica, ante la cual ellos, a falta de poner distancia (separarse), la encarnan.
Lacan en Nota sobre el niño nos ha llevado a preguntarnos por el lugar del niño respecto a la pareja parental, lo que es un apuntalamiento necesario, pero más acá, hay que preguntarse por el modo en que el niño ha respondido a ese lugar generalizado de objeto al que llega al mundo (Laurent 3003). En ese sentido detenerse en la relación madre-hijo resulta orientador.
El niño en el imperio materno
Freud advierte de lo pulsional del niño (Tres ensayos) hace de la fase oral el paradigma de la organización de la libido. Un momento en el que coinciden la satisfacción en el cuerpo y la indefensión que ubica al niño como objeto materno. Centra la atención en esa relación: satisfacción autoerótica e indefensión del sujeto.
J-A Miller (2013), a propósito de la relación madre-niño-falo, dice:
[…] se argumenta a favor de la conveniencia de que en esa relación el deseo no sea único, que este dividido en cuanto a su objeto. Es decir que quede preservado el no-todo del deseo femenino, que la metáfora infantil no reprima en la madre su ser de mujer. Este juicio, que el autor desarrolla, es válido igualmente para el hombre en tanto padre. Ya que plantea que un hombre, no se convierte en padre sino a condición de consentir al no-todo que constituye la estructura del deseo femenino. Cuando estas condiciones se ven obstaculizadas diferentes serán las consecuencias clínicas (p.1).
Miller pone el acento primero en la necesaria separación del deseo entre la mujer y la madre y, esto es posible en la medida que tanto la mujer-madre como el padre, cada uno de los que constituyen la pareja parental, se las arregla con lo femenino; el consentimiento que cada uno hace al no-todo propio de la posición femenina. Es necesario que en cada caso el niño no sature la falta en la que se sostiene el deseo de la mujer.
Laurent nos hace detenernos en esta idea de que todo niño respecto a su madre es un objeto a. Subraya que a menor distancia del ideal del yo mayor dificultad de tomar distancia de ese lugar, por lo que el sujeto queda más expuesto a las distintas capturas fantasmáticas de las que advierte Lacan en Nota sobre el niño. Arreglos que por su frágil consistencia tienen una tonalidad similar a la psicosis, sin serlo. Dejan ver la fragilidad en la estructura o en la modalidad de anudamiento, es decir, que hay un pasaje por el falo, no operativizado en su función y en otros casos es posible encontrarse con algunas formas del Φ sub cero, en los que no hay trastornos del lenguaje, pero sí un trastrocamiento en la relación al cuerpo, la imagen corporal y la construcción de la identidad.
Un ejemplo sugerido en el cartel: vía la saturación de la falta en la que se funda el deseo, al no estar escindido entre la madre y la mujer. Es el caso de una madre aterrorizada por el comportamiento del hijo, juega con cuchillos; una opaca modalidad de goce en el niño. El uso del cuchillo sostiene un empuje pulsional, signo de la pulsión de muerte en su mudez. Ofrecer la división, la inconsistencia, es una vía posible, para pacificar la voracidad del Otro, en lugar de los imperativos superyoicos que emergen en la mujer que hay en esa madre, a la manera de una feroz tiranía.
La pregunta se mantiene ¿cómo discernir en cada caso, como queda identificado o como el niño logra separarse de ese lugar de objeto en el que llega al mundo?
Pregunta que deja abierta la indagación por la relación entre lo femenino, el superyó y esas formas del Φ sub cero a la vez que nos recuerda en palabras de Miller la tarea del psicoanalista: “Acogemos […] sujetos traumatizados por el saber del Otro, por su deseo y por su goce. Para algunos niños saber, deseo y goce del Otro toman un valor real” (2017,p.24).
Referencias
Laurent, E. (2003) El niño y su madre, en: Hay un fin de análisis para los niños, Colección Diva
Miller, J-A (2013), El niño entre la mujer y la madre. http://www.eol.org.ar/virtualia/013/default.asp?notas/miller.html
Miller, J-A (2017), Los miedos de los niños. Paidós