El psicoanalista y un niño pequeño. /// Por: Miguel Lopera, Asociado a la NEL-cf Medellín

En principio diría que, no hay una especialidad de psicoanálisis con niños, en el psicoanálisis se trata de un sujeto y como tal no es de especialización sino, un método de trabajo, por cuanto un niño pequeño no usa los mismos medios para expresarse que uno más grande, entonces, algunos analistas pueden dedicarse más a los niños y acceder a esos significantes que comandan su vida de sujeto.

 

El psicoanalista trabaja con la palabra y ese sujeto se expresa de diversas maneras, por ejemplo, un niño de 2 años, quien viene a consulta, es un sujeto de pleno derecho en cuanto sujeto de la palabra e inscrito en el lenguaje, ha llegado al mundo del Otro, es hablado por el Otro, es un sujeto sujetado al lenguaje, pero también al deseo del Otro.

 

La función de ser padre o madre y la interrelación con otros es la que funda en el sujeto-niño, las marcas que darán forma a su historia, establecerán sus coordenadas de goce y decidirán la construcción de su fantasma.

Hoy me guía el trabajo con este niño y lo que ha logrado construir a esa edad, un yo y un cuerpo en lo imaginario y como se constituye lo simbólico.

Entonces partimos de un niño que antes del momento del lenguaje, es sólo un sujeto del goce, goza del cuerpo, que en el ejemplo de J.A. Miller del niño granadino[1], que el observa, un niño que no ha pasado por el estadio del espejo, solo goza del cuerpo y de la voz.

 

El niño posee un cuerpo desde que nace, él es humano para otros y se puede decir que para sí solo lo es cuando se reconoce, llega un tiempo en que puede significar que él es, es otro en la imagen que recibe en la “alegoría” del estadio del espejo de Lacan.

 

Entonces me encuentro leyendo “El niño y su madre”[2] donde en la introducción Eric Laurent trae la referencia a un dibujo de Goya que representa a una madre y su hijo que se llama “¡Ya se quebró el cántaro!” y cita el autor un comentario de Goya. “no hay que preguntarse si es culpa de la madre o culpa del niño, pero el cántaro ya está quebrado”

 

La referencia nos señala como el artista desde su lugar intuye algo, pero al fin, es lo que el sujeto logra hacer como una respuesta, asume una posición en la estructura a partir del lugar que tiene en el mundo para el Otro de su madre, es una elección hecha con lo que hay.

El cántaro está quebrado realiza para el sujeto, lo que, como respuesta, el asume frente al deseo de la madre y él tiene tres posibles respuestas que determinan su estructura y que en cada sujeto se produce singularmente.

El niño como falo de la madre, que el hijo se identifique al falo de la madre, como respuesta, cuando éste se hace instrumento del goce del Otro.

El niño como objeto del fantasma de la madre, o sea identificado al objeto del fantasma de la madre, una identificación total del niño, absoluta.

Por último, la respuesta del sujeto como síntoma, ante el Otro, el sujeto da una respuesta que es un efecto de significación, da un significado del Otro. El síntoma del niño es la respuesta a ese enfrentamiento con el Otro. En este caso refiere Laurent a Lacan, que, “si el síntoma del niño representa la verdad del discurso de la madre, no lo es del discurso de la madre como tal, sino de la verdad de la estructura de la pareja”[3].

 

Planteado lo anterior, ¿cómo pensar el sujeto niño de dos años en análisis?

Hay un instante de ver que serían las entrevistas preliminares, lo que decantaría una posición para ir en la dirección de la cura de un sujeto y determinar cómo operar.

Es un sujeto que no se ha colocado en posición de dar una respuesta al deseo de la madre, no ha construido aún una posición en la estructura.

 

Hay entrevistas con los interesados que son quienes demandan y luego las sesiones con el infante en función de sus capacidades con el juego, de forma que allí habla de cómo se posiciona respecto al lugar que le ofrecen y alojan.

 

Asumo en el trabajo la presunción que no es un niño autista, por su posición como sujeto, la toma de la palabra, hace del Otro un sujeto a quien le demanda, la enunciación aun en una forma primaria se demuestra en la apropiación de su discurso.

Ponerle atención, acogerlo y ofrecerle un espacio donde pueda decir, escucharlo no como en otros lugares, ya es poner en función una posición.

 

Se arriesga para un niño pequeño la hipótesis que, si el analista está en un buen lugar, la función del corte y la interpretación en el trabajo le permitirán a ese niño tomar partido, que sea una interpretación memorable y le permita a ese sujeto la posibilidad de crear un ordenamiento y haga función de Nombre del Padre, para que este sujeto haga su propia invención y le permita una respuesta cuando sea el momento y el analista sea un guía que la siga, como nombra Donna Williams, una autista de alto nivel que nos enseña, no sólo para el autismo, ese guía que incluso pone a hablar los juguetes a ese niño y como un ventrílocuo, establecer límites y proponer intervenciones.

 

No es que se haga adaptar al niño o se normalice respecto a un ideal, es que su subjetividad atraviese los impasses del Otro y pueda responder a esa demanda y deseo del Otro, con su cuerpo y su pensamiento, lograr un saber hacer mejor con lo que tiene.

 

Por: Miguel Lopera

[1] Miller, Jaques-Alain. “La imagen del cuerpo en psicoanálisis” en Introducción a la clínica Lacaniana. Conferencias en España. ELP-ERA, 2ª ed., 2007. p.379.

[2] Laurent, Eric. “Hay un fin de análisis para los niños” Biblioteca de la Colección Diva, 2ª ed-2003-Buenos Aires.P.13.

[3] Ibid, p.16

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