Sobre la violencia sexual contra las niñas. // Por: José Fernando Velásquez (Miembro de la AMP y de la NEL)

Abordaré dos aspectos que se fueron constituyendo progresivamente en preguntas frente al hecho que nos sacudió recientemente:

  • La respuesta social ante un hecho de violencia como este, y
  • lo que he podido localizar en el psicoanálisis para aportar a su lectura.

1.      La respuesta social a hechos de violencia como éste.

En el mes de junio del presente año, 7 soldados abusaron de una niña indígena de 12 años. Cuando la menor fue a recoger algunos alimentos, un soldado aprovechándose de la autoridad que le otorgaba el vestir el uniforme y portar un arma, generó en la niña una ingenua confianza y la hizo atravesar la cerca, ingresar al lugar, entre los matorrales y la accedió carnalmente; y como si fuera poco, llamó a sus compañeros quienes se turnaron para violarla. La ocultaron durante una noche y al día siguiente uno de ellos la acompañó a salir. Ella lavó su ropa en el río al verla llena de sangre; allí la encontraron sus familiares.

Cuando escuchamos sobre la violencia sexual contra mujeres negras, indígenas, niñas, campesinas y líderes sociales, nos sentimos concernidos por el discurso que se impuso como respuesta en ese momento, articulado a un efecto colectivo de alarma, compasión y denuncia; ¿Cómo una salvajada de estas es posible? Se produjo la asociación con otros casos; se acumularon casos  similares, se consultaron estadísticas; en fin, con ello se hizo ruido y protestas. En muchos lugares del mundo hay fuertes movimientos, unos más visibles que otros, respecto a un trauma como estos. ¿Qué ocurre en Colombia? Algo sigue confuso, muy indefinido.

Se abrió un espacio de trabajo con otros, hubo que dar tiempo para empezar a comprender. En primer lugar, fue posible identificar una respuesta social de sensibilidad, que es la respuesta común, pero apreciamos estas respuestas como maquinales, sin elaboración porque no van más allá y no alcanzan a tener la fuerza de una posición que incida ante la violencia contra las mujeres. Es cierto que unos casos logran conmover más que otros. Finalmente, la indiferencia se instala más rápido que tarde.

En conflictos en todo el mundo, ejércitos y grupos armados apelan a la violencia sexual como una táctica de guerra con secuelas devastadoras[1]. “La violencia sexual contra la mujer tiene por objeto enrostrar la victoria a los hombres del otro bando, que no han sabido proteger a sus mujeres. Es un mensaje de castración y mutilación al mismo tiempo. Es una batalla entre hombres que se libra en los cuerpos de las mujeres”[2]. La violencia sexual ha sido parte de los conflictos armados a lo largo de la historia de la humanidad. En ocasiones perpetrada como un acto final de humillación al contrario vencido, en otras como venganza por actos similares, a veces como una estrategia de terror impuesta a poblaciones civiles para crear mayor caos en medio de un conflicto. Laurence de Arabia da cuenta de su violación como un acto de guerra común contra los prisioneros de los turcos. En la guerra de Boznia supimos que el abuso sexual contra mujeres ha sido una de las armas de guerra y sus testimonios produjeron un cambio en el derecho internacional al reconocer las violaciones sexuales en el marco de conflictos, como crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad.

Paulatinamente venimos escuchando que tanto los militares como las guerrillas y paramilitares lo han utilizado en el conflicto que Colombia padece desde hace 50 años, pero cada vez se escucha más en los últimos 4 o 5 años[3]. A partir de la desmovilización y los acuerdos de paz se puede reconocer una ola de denuncias que demuestran la «sistematicidad de los abusos sexuales» en el ejército. Donde ocurren la mayoría de casos de abuso, también de masacres y donde más líderes sociales matan, es donde hay conflicto y donde hay más presencia de actores armados, legales e ilegales. Hay un patrón de conductas desplegadas por integrantes del Ejército y los grupos armados, que incluyen la ocupación de territorio, disputa violenta por el dominio, vulneración de derechos a la población, violación de mujeres, asesinatos de líderes sociales y desplazamientos. Después de la desmovilización de las Farc, que ejercían control en varias zonas, se creó en ellas un vacío de poder que no llenó el Estado; allí llegaron bandas que se disputan el control territorial de los negocios del narcotráfico y de la explotación del oro.

¿Qué es lo que motiva a los promotores de la violencia, que sea a través de las mujeres que se ataca el núcleo social de la comunidad? Se ha reconocido que este tipo de actos genera un doble impacto psíquico, personal y colectivo; a nivel subjetivo repercute como huella traumática que, como toda cicatriz, duele y estigmatiza; y a nivel social provoca rechazo silencioso y segregativo sobre la víctima y sobre la comunidad a la que ella pertenece, además de producir graves quiebres en el tejido social, aumentando la sensación de indefensión y sometimiento.

La respuesta social, luego de la algarabía inicial, sigue un cierto patrón con el inicio de investigaciones penales en la justicia ordinaria y la apertura de procesos disciplinarios que luego de meses y años no presentan avances en la identificación y sanción de los responsables y la reparación. El seguimiento a este tipo de acontecimientos nos muestra que algunos sectores lo vuelven impreciso, incluso, se pone en duda, se desdice. Se usa la desinformación, la justificación, la minimización del problema, o la provocación discriminatoria racial (“indígenas”, “venezolanos”) y de género (“mujeres y niñas”),  usando un discurso al servicio del domino del territorio y la ganancia de poder.

Así es como cada hecho se convierte en una historia individual que despierta un rechazo transitorio. Son “otros” quienes padecen, las mujeres, las niñas, los desplazados, los líderes sociales amenazados, los soldados que están en el monte, las comunidades indígenas, los migrantes, los informales, los desaparecidos, los desplazados, etc.  Finalmente, el discurso social lo hace “parte del paisaje”; resulta una apatía, se hace silencio, y se llega a cierta naturalización del acontecimiento.

Frente a una forma de violencia contra las mujeres, que encontramos inscrita en un discurso que las objetaliza, y des-subjetiviza, convoco a preguntarnos: ¿Qué tipo de sociedad es la que consiente a hechos como éste?, ¿Por qué nuestra respuesta individual y colectiva, es tan selectiva?, ¿Es cuestión de sensibilidad?, ¿Hay acaso una cierta asunción de que hay cosas que no se pueden decir?; ¿Hay algo que se instaura como “lo políticamente correcto”, y que cala en el discurso de la sociedad, en la prensa y en las instituciones gubernamentales, universitarias, ONGs, e incluso, en las Escuelas de psicoanálisis?

2.     Sobre la repetición del acto, ¿qué aportes hace el psicoanálisis?

 

Los siguientes puntos son elementos que no responden por si solos a las preguntas que esta reflexión ha generado. Son aristas que delimitan un objeto, pero que por sí solas no lo nombran. Son puntos donde el psicoanálisis tiene algo para decir. Ellos no son excluyentes y todos suman para bordear respuestas a la pregunta que nos hemos hecho.

 

Primero: La violación es una agresión relacionada con la voluntad de ganar; se trata del poder y control de un objeto. La mujer se convierte en objeto de esa voluntad. Por su parte, el discurso social educa, la tradición enmarca; el Otro de la cultura ofrece modelos de identificación. La identificación es un concepto que el psicoanálisis considera parte del funcionamiento de lo psíquico. La identificación es una marcación que sufre el sujeto, y en el caso femenino, lo hecho por la cultura, desde siglos antes de Cristo, es de objetalizarla.

La identificación de lo macho en nuestro discurso social se pone en evidencia en ciertos muros en los que se sustenta: la ambición es el primero de ellos: el ejemplo está en cómo “lo narco” se instaló como síntoma en nuestra cultura. También puede verse actuar cuando algo amenaza esa identificación a lo macho y la hace tambalear; cuando un otro, o la mujer, toca “estos orgullitos” machistas, se produce la reacción refleja de furia, surge el despechado, el vengativo, el matón, el narco. Desde estas identificaciones tan prevalentes en nuestra cultura, es que se construyen barreras de género que dejan a la mujer en posición de objeto. La forma de satisfacción “macho”, (en nuestro lenguaje, “fálica”), necesita de un objeto, de un territorio dónde manifestarse, donde hacer la impronta, una tenencia, una confirmación; él mismo no se basta para afirmarse.

En la contemporaneidad lo masculino está siendo sometido a cuestionamientos porque ya no está la tradición que daba por establecidos los roles. Sin embargo, como la diferencia sexual existe, sigue existiendo la necesidad para cada masculino, de construirse, afirmarse, y los atajos para hacerlo son muchos, donde la conducta sexual se vuelve una herramienta de autoafirmación. El atajo común sigue siendo también el que es “con otros”, “la barra”, “el combo”, “el grupo de….”, bien sea para las prácticas artísticas, como las bandas de hip hop o punk, como para el acto bárbaro.

Freud habló de varios tipos de identificación, entre ellas describió una: la identificación histérica al otro semejante. Se apoyó en lo que sucedía en los internados de señoritas, donde era común el contagio de síntomas histéricos. Pero ello no es exclusivo de las adolescentes. Los jóvenes sometidos a un entrenamiento militar son enviados a ejercer un dominio territorial en el reality de la guerra colombiana; allí su masculinidad y sus rituales, algunos de iniciación, deben convivir con la necesidad de supervivencia; ellos se vuelven masa. Bien lo describió W. Golding en “El señor de las moscas”.

¿Qué es lo que genera que aquellos que recién eran niños “inocentes”, adopten estas formas extremas de degradación?  En primer lugar, una condición grupal, como la de los soldados, se puede convertir fácilmente en un campo para lo que Ortega y Gasset nombraba como “El brutal imperio de las masas”[4]. La masa cree que ella es el Amo y tenderá cada vez más a aplastar toda minoría perturbadora que lo moleste en cualquier orden: en política, en ideas, en rasgos físicos, en posturas sexuales, en conductas y capacidades. En este sentido, el Uno de la masa es un régimen absoluto para quién lo padece. En la masa se pierde la subjetividad al quedar atrapado en la identificación.

Es necesario detenernos en esta identificación a la condición de “el varón”. El varón es objeto de una hiper-estimación en nuestra sociedad; es el objeto de goce fetichista para una sociedad matriarcal que se encarga de transmitir a su vez, un patriarcado hegemónico donde no hay la consistencia de una función paterna o alguna forma de interdicción social efectiva. La sociedad funciona con dos imperativos con sus varones: desde el goce fálico, exige, hay que trabajar y aportar “cuanto antes”, no importa que sea como jibaro, sicario, pero que traiga y genere dinero. A la vez se actúa desde la tolerancia, sin interdicción, permisivamente para que ejerza su sexualidad a su manera. A partir de ello hay consecuencias que instalan a la mujer para siempre en la pérdida de su libertad, la pobreza, la invalidez social combinada con la resignación, el rencor y la dolorosa soledad.

La mujer virgen es el objeto de un goce mítico para esa condición “varón”, algo privilegiado: “Romper a la mujer virgen” como expresa el personaje de la película “La mujer del animal” realizada por Víctor Gaviria. La sangre, el maltrato verbal y físico, el golpe sobre la mujer virgen, hacen parte de una simbología del poder del macho; elementos que surgen de “las tinieblas de las significaciones inacabadas”[5] que prevalecen como fortificaciones de la pulsión, y donde el varón únicamente goza.

Desde estas identificaciones, que llamamos fálicas, no se percibe al otro en su humanidad porque no cabe como sujeto en su posición yoíca de ambición y poder. Los crímenes de derechos humanos, los falsos positivos, los desplazados, lo que sucedió a esta niña indígena, solo son “noticias” que se suceden unas a otras, cada vez más novedosas e impactantes; y que terminan por no implicar a quién las recibe. Lucía González en un artículo sobre los soldados, afirmó: Nos quitamos la vergüenza, poniéndola en ellos solamente. 7 jóvenes soldados a los que un disparo de irracionalidad y seguramente un acto de manada, los llevó a ese rito monstruoso de apropiación del cuerpo y el alma de una niña, como si fuera una cosa.

 

Segundo: El psicoanálisis reconoce que la disposición de la subjetividad no es, ni será, sin aquello que deviene “ex – sistente”, “éxtimo”, “lo imposible de ser absorbido por el Todo”. El Otro es necesario, y la relación a él pasa siempre por su incompletud y la propia falta.

Esta capacidad de hacer con lo diferente, con lo éxtimo, no es fácil de conquistar. Como decía Lacan, es que “Ella (la mujer) es la hora de la verdad del hombre. Por lo tanto, él prefiere enfrentar cualquier enemigo a una mujer como soporte de esa verdad. Los más prudentes aconsejan que no se deba pelear con gente que usa faldas: cura, juez y mujer. Si el poder de los dos primeros es oriundo de las insignias fálicas, el poder de la mujer emana del goce no-todo. Ese goce sin referencias simbólicas que pudiesen capturarlo es algo que asusta a los hombres y se vuelven precavidos algunos, señal del deseo advertido[6].

Colombia, en este sentido, es una sociedad “hommo”, que no se las ve con lo diferente. Lacan usó “hommo- sexual”[7], no para los que eligen el mismo sexo, sino para los que hacen de todo (“paratodean”) sin vérselas realmente y de forma constante con el otro sexo, con lo alter, con lo diferente a sí mismo, no reduciendo al otro al lugar de objeto, sino como sujeto alter.

En nuestra historia abundan los hechos de mujeres violentadas, desplazadas, asesinadas, maltratadas, usadas desde todas las vertientes de la sociedad, llámese guerrilla, AUC, militares, incluso entre la misma población de extrema pobreza, la población rural e indígena. Ese podría identificarse como uno de nuestros síntomas sociales más dolorosos y crónicos.

 

Tercero.  El psicoanálisis señala al discurso de la tradición como productor de segregación. Nos referimos como tradición aquellos arquetipos que apresan, el discurso que hace prevalecer el modo de vista masculino, el modo falocéntrico.  Lacan indica tres lugares en los que el discurso de la tradición se ensaña: la locura, la infancia y lo femenino. Las mujeres violentadas no son el objeto de la pulsión sexual de sus maltratadores, son más bien el medio a través del cual se satisfacen posiciones de Amo, de poder, de dominio.

El ejemplo de ello está en este acto contra la niña indígena. En el reciente fallo de la Procuraduría General de la República, consideró que los soldados se aprovecharon de la inocencia, género, vulnerabilidad y hasta raza de la niña. Incluso, según testimonios, algunos de los violadores se ufanaron con otros compañeros de haber tenido relaciones sexuales con una indígena.

La pulsión de quién se posiciona como Amo, logra satisfacerse es en el circuito: dominar, objetalizar, dejar improntas, y repetir. El trazo de lo masculino requiere inscribirse en lo femenino para su autoafirmación, con o sin el beneplácito de la subcultura que lo rodea; solo o animado por la identificación a otros. Lo pulsional precede el acto racional. El razonamiento solo es llamado posteriormente a servir, para justificar el hecho contra la mujer. Los soldados dijeron que la víctima «era una mujer que los sedujo», por lo que argumentaron que los actos sexuales fueron consensuados, e incluso, dijeron que los inició ella.

Esa violencia real deja lugar, como refieren sus víctimas, a una violencia anónima que carece de visibilidad; una violencia des-subjetivada, desacreditada por parte de la sociedad en su conjunto, con la tolerancia, la negación o el silencio.

Para ambas posiciones, masculina y femenina, algo no cesa de escribirse. Estos elementos se repiten, “iteran”, son una constante, hacen la historia de esta sociedad colombiana; no son un desarrollo de acontecimientos, porque los acontecimientos son siempre los mismos. Las nuevas generaciones siguen el mismo camino. Está en la misma comunidad hacer que el proceso traumático y violento mude a un desarrollo que lo saque de la repetición.

 

Cuarto: La sociedad interioriza la violencia y la invisibiliza. La respuesta a las situaciones de violencia sigue un patrón que lleva a la apatía: una sola violencia cercana se asume como una tragedia, pero no se responde de la misma manera cuando se trata de las violencias a gran escala que padecen personas que están lejos de nuestra parroquia; ellas se convierten en una estadística, en una noticia más que pasa.

La psicología cognitivista nombra este fenómeno «entumecimiento psicológico», y lo explica afirmando que el sujeto se anestesia es por el número de estímulos seguidos. Freud más bien consideraba que este mecanismo era una forma de defensa; nombró este fenómeno como “Aufhebung”, lo que se traduce como anulación, separación, abolición, supresión de aquello que no está en el deseo del sujeto. La apatía puede sostenerse porque el sujeto no percibe lo que ocurre a su alrededor; aquello simplemente no se percibe, porque no está en su deseo, y por ello no se implica.

 

Quinto: La constitución de la subjetividad colombiana está a cuenta de su encuentro constante con lo real de la violencia, permanente y acentuada; y desde otra dimensión, está a merced del tratamiento dado por el lenguaje y el ordenamiento simbólico en el que esas violencias se inscriben. La comprensión de los acontecimientos es un fenómeno determinado e íntimamente vinculado al lenguaje colectivo. El discurso prevalente que se presenta a la sociedad colombiana padece indolencia frente a lo “alter”, frente a lo “diferente”, y convierte la violencia en un hecho necesario y natural.

Colombia es una sociedad a la que se alimenta para disolver la memoria, y sobre la que hay un trabajo sistematizado para que interiorice la instancia de autoridad “políticamente correcta” y la convierta en parte de su ser, anulando cualquier desarmonía. No importan las cifras, las características o las épocas, los discursos sociales, los medios de comunicación, las conversaciones cotidianas, las políticas, las experiencias, aspiran a eliminar la alteridad. Hay algo en la estructura de nuestro lenguaje social, que no logra tocar con la palabra, eso real que nos atraviesa como sociedad, de un modo que lo modifique.

 

Sexto: Hay demandas cada vez más audibles de solución a potenciales situaciones como la que se presentó, pero aun no pasan de ser episódicas, mientras continua la segregación y aniquilación de lo “otro” que está fuera de lo “políticamente correcto”. Es escasa aún una verdadera demanda de saber; y cuando ella toma consistencia en investigadores, periodistas, líderes sociales, ellos son amenazados o asesinados; hoy, la Comisión de la Verdad es constantemente atacada.

Esa es la posición que el psicoanalista llama, “del débil”. El débil se presta a la repetición iterativa de un saber ya sabido, preestablecido. Él adopta el slogan: “porque las cosas siempre son así”, y ello caracteriza la capacidad de respuesta del sujeto a su realidad, porque la réplica del débil es la agresión o la segregación. Desde la posición del débil se adopta una posición pasiva y auto-segregativa, mientras que delega a una instancia con poder el restablecimiento del orden, y así, el mismo débil no tiene en sus manos ninguna responsabilidad. A esa instancia reparadora se le supone, no un saber sino, una autoridad, una autoridad violenta; venganza, empoderamiento de las armas y la delincuencia, (como las AUC que establecieron un cierto orden efectivo, como “el orden del terror” que rigió durante décadas en muchas regiones de Colombia; modelo que muchos pretenden extender en el tiempo).

Todo sujeto puede estar atrapado en la debilidad, pero desde otra faceta, ese sujeto lucha contra su debilidad y debe partir de su propia división entre lo que sabe y lo que para él es su verdad. Es que, por lo reprimido, el sujeto se proporciona un supuesto saber que resiste a cualquier cuestionamiento: se trata de un mantenimiento de lo esencial bajo la represión, en tanto no hay una aceptación del contenido afectivo de lo reprimido; “no aceptación” que podemos llamar desconocimiento.

La aceptación, el reconocimiento y el consentimiento a un ejercicio de la responsabilidad subjetiva son previos a cualquier acto de creación posterior, así sea desde la precariedad, que logre romper la tradición del discurso que lo apresa, bien sea este familiar, social o institucional. Como ejemplo, muchas mujeres han logrado mitigar los efectos derivados de las violencias que se ejercen contra ellas, convirtiéndose en líderes de transformación, no solo de sus vidas más allá de la victimización, sino de muchas otras vidas cercanas, convirtiéndose en agentes locales y comunitarios de cambio. Liderazgos entrañables se trenzan para superar los límites impuestos por el miedo en territorios azotados por problemáticas históricas, que afectan en mayor grado a las mujeres.

 

Séptimo: Podemos decir que un análisis es una experiencia de depuración de la soledad en relación a los tropiezos que se tienen con lo real de la existencia. Paradojalmente es bajo transferencia, (es decir, con otro), donde se podrá tener acceso a su condición de «uno solo» responsable en su modo de responder al trauma. Lo que se logra destrabar, conduce a la construcción de un “escabel”, una tarima, propia, singular, a la medida, desde la cual el sujeto puede inscribir su solución al trauma, en una dimensión del lazo social. Son construcciones de vida como líderes sociales, hechos de convicción y con el desafío de enfrenar con lo más singular de cada existencia, aquello que les marca su existencia. A estas soluciones el psicoanálisis las llama “sinthomáticas” con th, para diferenciarlas de aquellas “sintomáticas”. A la violencia sexual y mortífera, se responde con el ejercicio de un poder imposible de ser arrebatado, porque está imbricado a la vida y al testimonio.

Los líderes sociales dan cuenta de una posición desde la cual el sujeto se revela a sus circunstancias, y no se somete a la alienación que le propone el discurso; cuando dice “No”, no como un rechazo solamente, sino con un “No” que se siente, se experimenta; un “No” que moldea una vida y además sirve a otros para salir de la posición de objeto; un “No” que los compromete con sus comunidades. Las mujeres lideresas, sus organizaciones y sus aliados observan de cerca su comunidad para ver qué apoyo pueden ofrecer, mientras enfrentan desafíos como la exclusión, la desigualdad, la amenaza, la escases de posibilidades.

Es particular la forma como la sociedad castiga con la muerte a estas figuras que responden al presente. Es allí donde más duele a la sociedad que sus más caros sujetos, sean sistemáticamente vulnerados, y asesinados.

 

Octavo: Freud y Lacan fueron pesimistas en cuanto a las cuestiones humanas. Byung-Chul Han, el filósofo coreano contemporáneo también: “Hay cosas que nunca desparecen. Entre ellas se encuentra la violencia”[8]. Nada de ilusiones en cuanto a un angelismo individual posible, nada de recurso a una utopía en cuanto a una colectividad aliviada. Foucault decía que “las utopías consuelan”[9]. El porvenir no es nunca color de rosa, lo real se impone, crece, y vemos sus consecuencias. La sociedad humana siempre estará sometida a la pulsión de muerte bajo diferentes formas, violencia, guerras, conflictos, segregación, racismo.

El psicoanálisis reconoce que el mismo sujeto, por estructura, tiene la dificultad de incorporar los goces “alter”, los “diferentes”, y ello se patentiza esencialmente en su relación con “lo femenino”. Incluso, esto de lo alter femenino rechazado es válido para la misma mujer. Entonces, cada sociedad como cualquier ser hablante, se relaciona con esa dimensión que le es extraña, que está más allá de sus ideales, de su narcisismo, de un modo completamente singular, con su propia justificación, cada uno con su propio vendaje. Con esa dimensión cada sujeto tiene que hacer arreglos, siempre sintomáticos.

 

3.     Perspectivas conjuntas

Un psicoanálisis está hecho para dar chance, a aquél que lo demanda, de encontrar la alteridad que lo habita, que lo confronta, que le demanda. Un sujeto analizado tiene la responsabilidad de encontrar un uso satisfaciente[10] de aquello que le es extraño, diferente a sí mismo.

La experiencia analítica convierte lo que aparece como naturaleza e historia propia, en objeto de la representación explicativa del sí mismo. Desde el psicoanálisis escuchamos y reconocemos las lógicas del poder, de la violencia social que un sujeto padece, sus traumas y contingencias, la verdad que le ha correspondido, pero también los “cuentos” que se ha contado a sí mismo, y permite ubicar dónde y con qué argumentos se ha engañado.

La experiencia de análisis va más allá porque mantiene su atención sobre los modos con los que el sujeto se subleva, se subvierte contra eso que lo determina. También la experiencia analítica reconoce la libertad insobornable de los sujetos cuyo principal opresor no es ya la figura prescindible del Otro, sino la propia debilidad. La libertad de espíritu y acción respecto al Otro es el principal postulado para cuestionar la situación del absurdo que vive un sujeto, para hacer posible la rebeldía esencial del sujeto y decir: “No”. Como dice Camus en el Mito de Sísifo: “Si lo absurdo aniquila todas mis posibilidades de libertad externa, me devuelve y exalta, por el contrario, mi libertad de acción.”[11]

La verdad no es la exactitud, como en las ciencias exactas, es la verdad de una subjetividad, de una singularidad; por eso no es medible ni comparable, ni calculable, sino algo que tiene una medida singular. La verdad tiene estructura de ficción para Lacan, es un constructo científico, en el sentido de las Ciencias Humanas y no de las Exactas. Hay que decir que la verdad de tantas atrocidades puede no ser ni bella ni buena, sino tal vez dolorosa y fea. En una dimensión colectiva, la JEP y la Comisión de la Verdad, con sus investigaciones, las informaciones que adquieren, las actividades que promueven, son fundamentales para inscribir en el sujeto colombiano algo de esa alteridad y de la verdad.

 

[1] Nisha Varia, directora de incidencia en derechos de la mujer de Human Rights Watch.

[2] Informe ONU E/CN.4/1998/54

[3] Según datos de la Fiscalía, solo entre 2008 y 2015 se registraron 623 casos de abuso sexual, de los cuales, solo 11 arrojaron una sentencia. 30% habrían sido cometidos por paramilitares, 18% por guerrillas y 7% por militares, entre otros grupos.

[4] Ortega y Gasset, J. “La rebelión de las masas”. Raúl Berea Núñez – edición. México, 2010. Pág. 23

[5] Lacan J. Escritos. La instancia de la letra en el inconsciente, Paris, edición du Seuil, 1966, p. 500.

[6] LACAN, J., “Seminario XVIII, De un discurso que no sea de semblante”. Buenos Aires, Paidós, 2009, pág. 33.

[7] Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun. Paidós, Buenos Aires, 1998. Pág. 102.

[8] Han Byung-Chul. “Topología de la violencia”. Herder. Barcelona. 2017

[9] Foucault Michel. “Las palabras y las cosas, prefacio”, 1966

[10] Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI”

[11] Camus, A. “El mito de Sísifo”.

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