LOS LAZOS SOCIALES DURANTE LA PANDEMIA Y EN LOS SUJETOS ESCOLARES // Por: José Fernando Velásquez. Miembro de la AMP y AME de la NEL

PANDEMIA, VULNERABILIDAD Y FRAGILIDAD.

La pandemia nos hizo percibir lo vulnerables que somos ante lo real, y lo frágiles que son los arreglos que tenemos armados en la vida. En cuestión de un año puso ante los ojos de los hombres la finitud de la humanidad, así como el poder de la angustia bajo el encierro. Las coordenadas que regían una vida se redujeron y constriñeron durante la pandemia. El sentido que llenaba una vida y que cada uno creía conocer bien, exigió una reacomodación.  Todos exiliados porque a todos los sacó de su mundo conocido y conquistado, en forma obligada. El traumatismo sobre el lazo social hizo síntomas. Eso deja marcas en lo que es cada ser humano y nuestra pregunta es cómo eso marcó al niño.

EL NIÑO Y EL ADOLESCENTE ESCOLAR Y SUS LAZOS SOCIALES DURANTE LA PANDEMIA

En cuestión de un decreto se le redujo la experiencia social del niño, su libertad, y la capacidad de decisión propia; fueron subyugadas sus conquistas a los mandamientos familiares y los escolares que venían a través de las pantallas, incluso durante la época inicial cuando ni unos ni otros podían responder ante la incertidumbre.

El niño es un ser que como cualquiera, pero más singularmente él, se sostiene en determinados lazos más que en el discurso social:

  • afectivos (deseos, ideales, poder de sus padres),
  • simbólicos: (lenguajes familiares, escolares y sociales),
  • de goce y satisfacción:
    • objetales (ser el objeto que satisface a la madre, o al padre, o a la abuela; el que satisface al Otro social que quiere que no tenga problemas académicos o si es adolescente que no se meta en problemas; que siga siendo el objeto de contemplación, “el divino niño”), como lo realizó Gide para su madre.
    • corporales (se enferma, crece, se mueve, goza, incluso de modo sexual).

 

Si aceptan el modelo que les propongo para esta conversación, imaginen al niño sujeto sostenido por esos 3 tipos de lazos en medio del vacío del ser que nos recalca la filosofía y que el niño percibe, por más inocente que sea: el precipicio en que cae el sujeto en los sueños. Debe haber un cierto equilibrio en la distribución de las cargas y la tensión que es capaz de soportar cada lazo por separado.

Sigamos suponiendo, a ese niño sostenido por esos lazos le ocurre una situación traumática. La vivencia como sujeto se traduce así: La fragilidad queda al desnudo, se pierde el equilibrio entre los lazos: para afrontar los riesgos, los lazos sociales deben aplazarse o quedan suprimidos, porque otros tienen que hacerse prevalentes, los que más se acerquen a la supervivencia. El trauma es un tiempo (instante o lapso) en el que el sujeto se suspende, porque vive condiciones excepcionales de vulnerabilidad: (durante un abuso, o frente a una escena familiar traumática, frente a la muerte suya o de otros cercanos). El trauma sacude, vulnera, estremece, arriesga, marca, insiste, itera. Esto que mencionamos hasta el momento es válido para todo acontecimiento traumático y vamos a seguirlo usando para adentrarnos en cuestiones preliminares a cualquier conclusión sobre la pregunta de cómo afectó la pandemia al sujeto escolar.

La pandemia operó como trauma en este sujeto, por la prohibición repentina que golpeó con mayor fuerza a los menores. Sometidos a los estresados mandatos familiares y académicos, controlados todo el tiempo, los niños y adolescentes se cargaron de angustia, y hubo síntomas. Los niños y adolescentes no tenían la posibilidad de solidarizarse con 0tros pares, no podían responder como masa, como luego sí pudieron hacerlo los adultos en el levantamiento social que convirtió a la sociedad en una masa que se expresó duro en varias ocasiones durante la pandemia. Si hubo entre ellos un efecto contagioso, notorio a nivel clínico, la caída de su vitalidad, una “neurastenia” generalizada, una especie de neurosis acompañada por síntomas depresivos, abulia y anhedonia y gran inestabilidad emotiva.

La pandemia produjo una serie de marcas singulares en el uno por uno de estos niños y adolescentes. Diferentes marcas, tantas como amerite tener presente la dimensión subjetiva. Marcas, a partir de verse viviendo, estudiando, divirtiéndose lo que podían dentro de un espacio idealizado en expresiones como “la comodidad del hogar”. Esta separación de los compañeros, sus principales vínculos en el momento, sus ‘hermanos de discurso’, fueron un disturbio severo en el funcionamiento síquico de los niños.

Al lado de esta amputación espacial, para los niños fue muy impactante la reducción brusca de su experiencia sensorial en toda la riqueza que tiene el “cuerpo a cuerpo”. En las escuelas, instituciones educativas, deportivas, en las fincas, en los paseos, en los estadios y las discotecas es donde los niños y adolescentes ponen el cuerpo y de ello aprenden las normas de vida y construyen su propia consistencia como sujetos sociales. Las actividades sociales extrafamiliares disminuyen los tensores psíquicos más críticos, a la vez que son un regalo de posibilidades para la existencia de cada uno. Son espacios a veces poco valorados que constituyen ese tejido molecular con el que cada uno hará su mundo, en el aire común que respira con otros, y así limpia y depura nuestra propia existencia. El encierro provocó la muerte social a la que están expuestos los miembros más débiles, me refiero a niños y adolescentes con patologías.

Con la suspensión de la participación del cuerpo en el sujeto social, los niños y los docentes se pegaron a las pantallas. En el mundo virtual se es sujeto, en la medida en que se está representado por un nombre o una voz y o una imagen en la pantalla, o la nota en la prueba académica, y eso lo que da una existencia social.

El niño quedo sometido a las transferencias intrafamiliares que lo determinan más allá del valor genético. La cuarentena irritó los ambientes familiares: rabias, arrebatos, furias y violencias. Cualquier cosa hacía estallar el clima. No fue para nada una nube cómoda de cariños y afectos positivos, el que los niños estuviesen “condenados” al mismo espacio familiar todo el tiempo. El mucho amor se combinó de padecimiento y exacerbación de la disfunción familiar preexistente. Las familias en sí mismas pueden resultar lo suficientemente dañinas para un niño que no tiene forma de negativizarlas saliendo a otros espacios.

La situación se tradujo con frecuencia en una misma escena: todos alrededor de la misma mesa, estudiando, comiendo, jugando, porque la mesa es a la vez, la oficina, la casa, la escuela, y el parque. En ocasiones el único contacto con el mundo exterior para todos los miembros de una familia fue un único celular. No pocos fueron los problemas de los padres para limitar y controlar el uso de la pantalla, que durante ese tiempo se hizo obligatoria. Y el forcejeo por el control y el goce de la pantalla era solo la mecha para que los malestares de cada uno salieran a la realidad. Los niños llevaban la ventaja a los adultos al pegarse a la pantalla: los algoritmos en los juegos en línea ya los seducían con sus imágenes desde que apenas pudieron caminar; los adolescentes chatean más que conversar; ambos, juegos de video y chateo en redes, se convirtieron en refugios de estos niños y jóvenes, contra el malestar familiar.

Aquello de “vamos a protegernos en familia”, expuso otro virus que se genera en la convivencia familiar y que ataca principalmente al niño: Ser el objeto condensador alienado a los ideales, angustias y frustraciones de los otros miembros de las familias. El grito, la angustia, la incertidumbre, el cansancio de los padres, lo insoportable, todo ello recae sobre el niño. El niño surge de la alienación al Otro familiar, pero si se queda en ella se asfixia, se “sintomatiza” de alguna forma.

En los niños y jóvenes que acudieron a consulta encontré un inconsciente que no sabe hacer con lo que vive, y el síntoma como el lugar para tratar de arreglárselas. El síntoma es como una pieza suelta, una invención que se pone en cruz para impedir la política y el modo tradicional que tienen las cosas. «La noción del síntoma ha sido introducida mucho antes que Freud por Marx, como símbolo de lo que no anda en lo real”[1].

El intercambio subjetivo a nivel familiar es a menudo para el niño, una ausencia de respeto. La separación de ese Otro es necesaria, sino llega el momento en el que el niño se siente un fracaso y aprende a desconfiar y a callar. Escuché bajo transferencia a varios niños lamentarse de pertenecer a sus familias. Alguno llegó a compararlo con “un molde hueco” de donde aún no puede liberarse y donde le tocará estar por un tiempo más. El malestar incrementó lo que se llaman los estados depresivos en los menores[2]. En una encuesta reciente se hablaba de que el 6,6 % de los niños y las niñas en Colombia han pensado en suicidarse. Durante la pandemia resonó la frase de Camus: “La peste había quitado a todos la posibilidad de amar e incluso de amistad, pues el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes” [3].

Para los más jóvenes, para quienes el espacio empezaba a estallar a su alrededor, aquellos cuyo “sexo se estremece como un pájaro en busca de sombra”[4], la pandemia hizo que se establecieran relaciones con predominio de la virtualidad y muchos se quejaron porque durante la pandemia la búsqueda de partenaire, o la vivencia de su sexualidad, quedaba detenida.

Todo debía seguir, no detenerse. Y sobre todo el aprendizaje de los menores. Según nuestros códigos estamos acostumbrados a suponer que la educación constituye la reducción radical de los riesgos socioeconómicos y ese es el futuro que se les quiere dejar a los hijos. El tiempo que el niño dedica a esta función es buena parte de su vida diurna. Y la función la tienen los docentes y las instituciones educativas, pero en pandemia la tenían también los padres, que no están preparados para ello.

Escucho ahora que se vuelve a la presencialidad, la queja de docentes y padres, de que se ahondaron las dificultades académicas preexistentes. La vulnerabilidad en el desarrollo académico se hizo evidente, más que por estratos o tipos de colegio privado o público, por el solo hecho de la adopción de un orden simbólico nuevo: la virtualidad.

Durante la pandemia y la cuarentena, se puso en tela de juicio el concepto mismo de «auténtica» realidad. Lo académico durante el confinamiento fue para muchos chicos, una experiencia «simulada» de realidad.  Es el momento conveniente para introducir una observación. Se puede interrogar uno ¿cuál es la realidad del niño? ¿La que se rige solo por el set de deseos parentales? ¿O la de una serie de imágenes digitales, o, la que le ofertan en forma invasivo los mecanismos del consumo?

EL DOCENTE Y SUS LAZOS SOCIALES DURANTE LA PANDEMIA

 

Para los docentes la pandemia fue muy traumática. Se encontraron confusos ante lo que se interponía como un palo en la rueda de lo que ya sabían y venía funcionando. Sus creencias en las maneras tradicionales de enseñanza ya no podían seguir funcionando en automático. Las identificaciones, los roles, los semblantes que los sostenían, quedaron en suspenso, (pérdida de trabajo, cesación de aportes en casa, ausencia de rutinas externas o, al contrario, el redoble de tareas y compromisos). Debieron inventar, adaptarse, con esfuerzos que muchas veces los superaron.

Un docente de un colegio de la ciudad acudió a urgencias en medio de la siguiente situación: “Hubo una reunión del consejo académico y estallé. El coordinador, que es mi amigo, se sentía reventado y ansioso con todo esto de poner a marchar el colegio por medios virtuales. Lo noté. El rector exigía cosas. Había varios profes muy enrollados en el academicismo y las exigencias a los alumnos. Otros docentes estaban angustiados, pero en silencio. Cada uno con su historia, unas maestras que son mayores no entendían lo de las plataformas. Otro tenía un computador únicamente en la familia y él y su esposa debían turnárselo. Pensé que la gente no está bien, pero se quedaban callados. Hablé, pedí la palabra y empecé, pero no vi las consecuencias. Salí a confrontar, que pensáramos lo que hacíamos, en qué nos estábamos metiendo. Hablé de los papás que me escriben iracundos, de los pelaos que no ven sentido; pedí un pare para pensar, perdí el control cuando el rector dijo que era un mandato trabajar bajo estas condiciones, y entonces puse mi renuncia sobre la mesa, y cuando me di cuenta estaba llorando. Quedé abatido. Tan hundido que no pude dormir en todo el fin de semana y la angustia se acrecentó tanto que tuve que ir a urgencias”.

Sintieron dolor por la pérdida de los cuerpos de sus alumnos, y lo que recibían de ellos, sonrisas, bullicio, agitación, que están más allá de las pruebas e informes recibidos por las redes sociales. Acompañé a muchos docentes durante este período y escuché sus angustias para triplicar su función en los lazos, en los mismos 70 metros cuadrados, (cuando se es estrato III), todo en el mismo espacio.

  • ser el docente enfrentado a un no saber en absoluto de cómo es que se iba a afrontar el desafío de mantener viva la actividad académica;
  • ser el esposo (a), padre/madre, sin ninguna alteridad a nivel social.
  • Desplegar su ser de goce y sus satisfacciones.

 

Las soluciones más o menos diseñadas en la distancia, desde arriba, y “para todos” fueron un revés. Se exigió coraje y honestidad para transformar un oficio a partir de un acto de nobleza y trascendencia con las generaciones venideras: aceptar un no saber cómo hacer. Ahí se pusieron a prueba los lazos de trabajo con otros. Hablamos de la transferencia de trabajo, la que se construyó con los aportes con los que cada uno participaba, uno por uno, con su singularidad.

LA OBLIGACIÓN DE REFLEXIONAR.

Lo importante, como dice el personaje principal de la novela “La peste” de A. Camus, el Dr. Rieux, es que este meteorito que se nos impuso a todos, nos obligue a reflexionar. Veremos virtudes y defectos. Al inicio solo había sombras y perplejidad; después empezaron a percibirse algunos reflejos de nuevos campos y posibilidades.

Cada niño o adolescente acompañado durante el tiempo de pandemia por su malestar sintomático se permitió ubicar un sentido en lo que le sucedía. La práctica del psicoanálisis enseña a, primero inscribir el síntoma en el lazo social en donde se manifiesta, para luego seguir su huella hasta un límite. De igual forma sucede con los docentes y las instituciones que se permitieron la pregunta y la reflexión. El lazo social es lo que hace síntoma.

La pandemia y sus efectos en los lazos sociales rompió esquemas que en el discurso de la tradición estaban encadenados e impedían la movilidad. Se dejaron caer las cuestiones que no eran trascendentes, (los viajes, los desplazamientos, y los tiempos que ello implica) y se privilegiaron nuevas formas de hacer que se incorporaron al funcionamiento social. Los estudiantes, los docentes y las instituciones académicas pueden salir reforzados de ello.

[1] Lacan, J. El Seminario RSI

[2] En un estudio que aglutinó los datos de 29 estudios realizados en varias partes del mundo, como el este de Asia, América del Norte, Europa, América Central y América del Sur, aproximadamente 1 de cada 4 tenía síntomas de depresión y 1 de cada 5, síntomas de ansiedad.

[3] Camus, A. La peste. Ediciones Sur. BsAs. 1979. Pág. 59.

[4] Yourcenar, M. “Fedón o el vértigo” En: Fuegos.

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