Educación sexual y Escuela para el posconflicto // Por: Héctor Gallo. Miembro de la AMP y de la NEL

La sexualidad en los seres humanos no es un instinto, como si lo es en los animales. Esto hace que difícilmente se deje educar, del mismo modo que el instinto se deja adiestrar. El hambre y la sed son necesidades orgánicas que cuentan con un objeto específico para su satisfacción, en cambio la sexualidad no cuenta con un objeto específico que la pueda satisfacer, pues en la búsqueda de la satisfacción los humanos suelen emplear diversos objetos.

Los animales poseen un saber instintivo sobre el sexo, nadie los tiene que educar al respecto, cuentan en cada caso con un ritual de seducción que conduce al apareamiento y este acto tiene como única finalidad la reproducción. Entre los animales las cosas se hacen siempre de la misma manera en materia sexual, su modo de satisfacción es simple y monótono, no tienen al respecto grandes aspiraciones ni demasiadas condiciones, no realizan largas negociaciones sobre el modo de hacer las cosas en materia sexual, no se quejan de acoso ni de abuso sexual, ni existe entre ellos la violación. Esto se debe a que por ser en ellos la sexualidad enteramente orgánica, no se encuentra atravesada por la prohibición.  Un animal se puede acostar con su hermano, su padre, su madre, su abuela y no hay ningún inconveniente, porque ahí todo está de antemano programado por el instinto.

En los casos en que se educa a los jóvenes pretendiendo introducir una programación en sus comportamientos sexuales, se supone que su sexualidad funciona de manera similar a como funciona en los organismos animales. Esta equivocada suposición, es una de las razones que ha conducido a creer, en no pocos casos, que informar sobre el funcionamiento de los órganos sexuales,  sobre las enfermedades de transmisión sexual y sobre los métodos anticonceptivos, es igual a educar en la cuestión sexual. La consecuencia ha sido un fracaso rotundo en cuanto a los resultados esperados de dicha educación, pues lo que se ha querido prevenir informando —embarazos adolescentes, enfermedades de transmisión sexual y sexo sin amor ni palabras—, más bien se ha incentivado.

En el mundo humano no se reúnen sexualmente dos organismos sino dos cuerpos, que en ocasiones ni siquiera se sabe, al menos a primera vista, a qué sexo corresponden, pues no siempre el sexo orgánico entra en correspondencia con el sexo psíquico, cuestión que queda ilustrado, por ejemplo, con los casos de transexualismo, en donde el sujeto supone que la naturaleza se ha equivocado, pues lo ha dejado aprisionado en un cuerpo que no entra en correspondencia con lo que siente su espíritu.

¿Cómo educar sexualmente a un niño que orgánicamente es un hombre o una mujer, pero que piensa que no es lo que aparenta ser y por tal razón le exige a la ciencia que le cambie el sexo? ¿Cómo educamos al que sabe que es un hombre, pero que le gusta aparentar ser mujer sin serlo? ¿Al que sabe que es un hombre o una mujer, pero no le gustan los del sexo contrario sino los del mismo sexo? ¿A los que dicen que no les interesa ser encasillados en ningún sexo, porque prefieren la ambigüedad?

Debemos tener en cuenta, a propósito de la educación sexual, que esos seres a los cuales nos dirigimos, no siempre obtienen su satisfacción sexual en acuerdo  con lo que su anatomía aparenta, cuestión que introduce un misterio con relación a quien nos dirigimos cuando hablamos de educación sexual.  A manera de hipótesis, diría que la reunión, por cierto nada evidente, de términos como Educación sexual, escuela y posconflicto, podría establecerse por la vía de las implicaciones que tiene la palabra en estos estos tres términos.

La palabra desaparece en su función de mediación, allí donde se introduce la violencia como forma de resolver un conflicto. Uno de los motivos más fuertes de   conflicto entre los seres que hablan, es la cuestión sexual, sobre todo porque a este nivel es difícil que se produzca una coincidencia en los tiempos de cada quien para el encuentro sexual. Los tiempos de disposición para el encuentro sexual, no son  programables en los humanos por parte de la educación. La educación sexual nunca ha podido ni podrá hacer nada para armonizar esos tiempos y por eso la sexualidad es fuente de sin sabores, decepciones, separaciones, conflictos, violencia y criminalidad.

De acuerdo con lo dicho hasta aquí, si el posconflicto supone una recuperación de la palabra como instrumento de mediación entre dos partes que históricamente han resuelto las diferencias por la violencia, la unión de educación sexual, escuela y posconflicto, se justifica si también introducimos como puntal de la llamada  educación sexual en la escuela, no la palabra como instrumento de información, sino la palabra como principio de regulación del entrelazamiento sexual de los cuerpos. Esto implica no solo crear en la escuela cátedras de educación sexual en las que se tenga en cuenta el contexto social  del posconflicto, sino también espacios de palabra en donde los implicados tengan la oportunidad de hablar sobre lo que para ellos es la sexualidad.

La estrategia anotada, exige darle a los jóvenes la palabra desde un lugar de no saber, pues de lo contrario nada nos enseñarán sobre el asunto. Tomada la sexualidad como un enigma siempre a desentrañar, lo que de ella sea educable, no será posible por fuera de una  construcción colectiva de saber regida por una conversación hecha a partir de las diferencias, que es precisamente lo que se esperaría podamos ser capaces de tolerar en el contexto de un posconflicto.

Ahora bien, como la sexualidad no es solo orgánica sino también psíquica y a este nivel los modos de satisfacción sexual pueden tener infinitas variaciones, no bastará con que un profesor de escuela reciba capacitaciones de un supuesto experto sobre sexualidad, pues a este nivel todo aquel que pretenda conducirse como un experto, no es más que un estafador.  Existen expertos en la localización, la composición y el funcionamiento de los órganos sexuales, pero no existen expertos que enseñen cómo garantizar la armonía sexual entre los sexos, pues a este nivel siempre nos encontraremos con que algo, más tarde o más temprano, ha de fallar.

La falta de armonía entre ser y cuerpo es estructural, y trae muchas complicaciones en la vida sexual y amorosa. Una de los aspectos que explica la proliferación de las cirugías estéticas en nuestro tiempo, es la obsesión de hacer coincidir, así sea artificialmente, el cuerpo que cada uno tiene con la imagen narcisista que se ha formado del mismo.  Si el sexo entre los humanos se redujera a la “fusión de dos células germinales diferenciadas, que tienden a asegurar la reproducción, a prolongar la vida y a conferirle la apariencia de inmortalidad”[1], hablar de sexualidad, informar, educar y orientar, sería algo tan sencillo que cualquier profesor de primaria o de bachillerato lo podría hacer después de algunas horas de capacitación y lectura de una enciclopedia de biología.

Si la llamada educación sexual ha fracasado en materia preventiva, es porque se ha hecho a partir de un saber enciclopédico sobre los órganos reproductores, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados y los medios de protegerse. Un saber enciclopédico sobre estos aspectos, remite a verdades biológicas y por tal razón  no tiene en cuenta cómo se implica subjetivamente cada quien, en el momento en que decide acceder a un contacto íntimo. Esta implicación tiene para los humanos valor de enigma.

Que en la actualidad se hable de sexo abiertamente en radio y televisión, se eduque sobre él en escuelas y colegios mediante conferencias y talleres, se inventen aparaticos,  pastillas y productos para que cada quien se ayude en el sexo  y haga que las cosas sean más agradables, que existan páginas de Internet llenas de imágenes pornográficas y líneas calientes para su consumo, más diversas formas de satisfacción que no pasan por el coito y la reproducción,  da cuenta que el asunto del sexo no depende solo de los órganos, también cuenta lo que para cada uno significa ser hombre o ser mujer.

En conclusión, mientras la sexualidad como reproducción biológica “perpetua una descendencia”[2], el sexo hace perdurar formas diversas de satisfacción, como si existiera en cada uno de nosotros una pulsión, un empuje, algo que no se conforma con un solo objeto.  Es por esto que cuando un padre de familia o un profesor explica a sus hijos o a sus  alumnos, que el sexo es natural y tiene que ver con la reproducción y el engendramiento, queda como un tonto. Los seres humanos se dan cuenta desde niños que el sexo es algo distinto a  “la raza y el linaje […]”[3].

 

[1] Laques-Alain Miller, Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo, Buenos Aires, Colección Diva, 2.002, p. 20.

[2] Ibíd.

[3] Jacques Lacan,  “El Reverso del psicoanálisis”, El Seminario 17, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 79.

 

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