EL SUICIDIO // Por: Héctor Gallo, AME de la AMP y de la NEL

Para el programa UN ZOOM A LA CIUDAD, la Comisión de Medios de la Sede le envió a Héctor Gallo las tres preguntas que estuvieron en el eje de la entrevista. Para cada una de ellas, Héctor escribió un texto que generosamente nos ha permitido publicar en este blog:

 

Pregunta: ¿Por qué se suicida un ser humano?

El suicidio se presenta tanto en la neurosis como en la psicosis, pero hay tipos clínicos que son más afines al pasaje al acto suicida que otros. En la melancolía, por ejemplo, vemos que el sujeto se encuentra en un estado caracterizado por un fuerte dolor de existir, que se manifiesta bajo la forma de un delirio de indignidad a veces insuperable. El sujeto no se siente merecedor de nada de lo que le ha sido dado tener, por ejemplo, una familia, eventualmente  riqueza, belleza, buen empleo, salud. Su compañero permanente es un encarnizado y caprichoso superyó que, como indica Freud, crítica al yo sin cesar y lo trata como si fuera una basura. Cabe anotar que la indignidad melancólica es delirante y se distingue del deseo de nada del depresivo, cuya característica es negarse a elegir con quien jugar su partida vital.

En la medida en que el melancólico da cuenta de “su relación con el Otro del goce que él no reconoce”[1], se conduce como un ser que  no merece nada bueno del Otro. En cuanto a la posición depresiva, nos transmite que la relación que mantiene con el Otro, es “más verdadera que la primera identificación al padre todo amor”[2]. A la vida es bella propia de esta identificación, la posición depresiva opone: “todo esto es una mierda”, “nada quiero de lo que la vida ofrece”, “siento que las cosas no me salen bien, no creo en mí”, “todo me queda grande”, ”no persisto en nada de lo que inicio y además para qué hacerlo si un día todo se acabará”.

Del lado de la posición melancólica el reproche se dirige sobre todo asimismo y en lugar del yo culpar al Otro por lo que le sucede como suele hacerlo quien se deprime, se culpa así mismo, como si hubiera una instancia íntima aniquiladora. Es como si una voz superyóica le repitiera al sujeto caprichosamente hasta la saciedad: “tú eres un fracaso”, “tú no tienes nada de qué enorgullecerme”, “nada tienes para ofrecerle a la humanidad, pues eres un inútil y en rigor no eres más que un fraude”.

Expresiones como las enunciadas, es común encontrarlas en quienes vienen a vernos con el diagnóstico de depresión, pero no es común que nos vengan a ver con diagnóstico de melancolía, pues la psiquiatría, contrario al psicoanálisis, parece subsumirla en la depresión llamada profunda. En este trastorno del humor se trata de un profundo negativismo del cual no es fácil separar al sujeto, pues su compañero síntoma suele ser el fracaso, cuestión que da cuenta de un empuje a caer, significante que es común encontrar en quien realiza un pasaje al acto suicida.

La conclusión que regularmente deja plasmada el suicida en alguna carta, en un escrito o un diario, es que se ha producido una estrepitosa caída de la que no se pudo nunca recuperar, cuestión que lo ha conducido a tomar la decisión de “desaparecer del planeta”. A un sujeto en posición depresiva, que sin duda es alguien caído del Otro del deseo, caída que seguramente se produjo desde el mismo nacimiento, no lo anima nada distinto a desparecer y “terminar con esto de una vez”, pues si nada tiene sentido tampoco hay un porqué seguir.

Para la posición depresiva nada hay que sea inspirador, nada en el mundo es bello como para animarse a quedarse en él o esforzarse por salir adelante, pues si de todas maneras algo vendrá a producir un desengaño, “cada amanecer será una tortura”. “El mundo es y será una porquería”, pues los amores se acaban, los amigos se van, nos traicionan o se acercan solo por interés. El odio de sí y el odio al mundo en general, es común en la posición depresiva, pues la misma se caracteriza por una “demanda de muerte”[3]

En la posición depresiva se trata de un negativismo fundamental, que suele desembocar en la identificación con el objeto que cae como un desecho,  identificación que caracteriza subjetivamente el momento en el cual suele producirse el pasaje al acto suicida. Alguien se suicide si se dan la las condiciones subjetivas para que se produzca una sensación de encierro, ruptura, turbación, embarazo, discontinuidad, sentimiento de caída y el movimiento de la emoción, que dan cuenta, en el ser hablante, de un momento de profunda división subjetiva. Este momento de profunda división, se desencadena de un modo contingente en algún momento de la vida.

A propósito del encierro, un sujeto obsesivo, por ejemplo, es alguien que puede sentirse encerrado por sus pensamientos parásitos y sentir que son una cárcel de la que es imposible escapar, a no ser por el suicidio. Hay sujetos que dicen no soportar “los  pensamientos que le vienen, y que sean ellos los que le persiguen”[4]. De este modo, a un obsesivo se le puede ocurrir, en un momento dado, la idea de que la forma más efectiva de separarse de sus pensamientos torturadores es suicidándose.

En la histeria, por ejemplo, la sensación de que su deseo no es reconocido por el Otro, que este la excluye de su corazón y que no es alguien grato sino ingrato, puede conducir a la idea de que lo mejor es desaparecer, pues al fin y al cabo nadie se dolerá por eso. En la paranoia, el compañero inseparable es “lo que dicen los otros”, los otros tienen intenciones dañinas, siempre ponen al sujeto en un mal lugar,  motivo por el cual se puede llegar a concluir que lo mejor es suicidarse para no continuar sufriendo por ser en cualquier momento atacado por alguno de los perseguidores. Por su parte, en la esquizofrenia puede tratarse de Otro que descaradamente transforma el cuerpo, se apodera de él, le arranca partes, se las tuerce, lo penetra, cuestión que también puede llegar a volverse insoportable y conducir al suicidio para liberarse.

Alguien intenta suicidarse y lo logra, cuando el odio así mismo es más fuerte  que el amor así mismo, cuando experimenta al extremo la experiencia de un desgarramiento trágico y concluye que el mismo no tiene remedio. Como clínicos esto es algo de lo cual no debemos olvidarnos, sobre todo si escuchamos el sufrimiento humano desde el lugar de psicoanalistas. Cuando el sujeto dice que es culpable, que no merece, que es poco para el Otro y que a nada le encuentra la razón de ser, sin duda “tiene excelentes razones para ello, es más, siempre tiene razón”[5].

Lo anterior quiere decir que tratar de convencerlo de lo contrario  es inútil, cuestión que implica cierta división subjetiva de parte del analista, a pesar de tener claro que su posición como analista en nada entra en correspondencia con la de un salvador. La cuestión es como maniobrar, caso por caso, para que el sujeto, a medida que se desarrolla en la palabra, pueda lograr reestructurarse e introducir un sentido menos trágico para su vida, logre separarse de la identificación a los significantes amo que lo inducen a la muerte y se haga responsable de su goce autodestructivo, cuestión que se espera lo conduzca a avergonzarse de sí mismo por sentir tanta pasión por eliminarse.

Tanto el pasaje al acto, que no siempre es suicida, como el acto de suicidarse y el acting-out son el desenlace de un conflicto psíquico, o de un estado pasional, por ejemplo, la cólera, y también lo son aquellos daños que las mismas personas suelen infligirse como forma singular de dirigirse al Otro. El pasaje al acto suicida no sería una manera de dirigirse al Otro, sino de hacerse Uno con el otro especular, fundiéndose así con él.

En conclusión, si bien los seres humanos tenemos una fuerte necesidad de sentido y es por esto que las religiones se hacen cada vez más fuertes en el planeta tierra, un suicida  es alguien para quien la necesidad de sentido es mayor que para cualquier otro. Se vuelve tan insoportable para el suicida la falta de sentido,  que un día decide salir de la escena de un modo salvaje.

Pregunta: ¿Tiene alguna particularidad el suicidio de niños?

No he escuchado a niños en consulta que hayan intentado suicidarse o que digan que quieren hacerlo, pero si adolescentes que lo han intentado o que se han dado un tiempo para hacerlo. Un adolescente de 17 años al que he empezado a escuchar, dice que como no sabe qué quiere, ni se siente capaz de nada, lo mejor es desparecer cuando tenga 25 años. Pregunté por qué decidió esperar hasta ese momento, y responde: “es el tiempo que me he dado para estar convencido de que en efecto no saldré con nada que sea productivo”.

A los 25 años, los padres y la sociedad, dice él, me interrogarán por qué he hecho con la vida o qué pienso hacer, pues no me mantendrán más aquí tirado. Habrá, pues la exigencia de ser productivo y valerse por sus propios medios. Se volverá sobre sí mismo y viendo que los ha decepcionado a ellos, así mismo y a la sociedad, tendrá la justificación contundente para despedirse y decirles ¡chao¡, ¡muchas gracias¡ ¡nos vemos!, ¡hasta nunca¡. La sesión terminó con estas palabras de mi parte: “entonces tenemos ocho años para examinar si es posible emprender una partida y hacer cambiar esa programación que tiene”. Ya está escrito en sus ideas que se irá a los 25, pero será función del psicoanalista tratar de abrir al sujeto a la contingencia, es decir, a lo no calculado por su pulsión de muerte.

El principal elemento de riesgo para un niño en lo que respecta al suicidio, es captar una falta de deseo en el modo de los padres dirigirse a él, por ejemplo, “creo que vas a ser un bueno para nada”, “eres un inútil”, “no deberías haber nacido”, deberías morirte porque no te soporto”, “no eres más que un bruto”, “queríamos esto o aquello y nacista voz”.

Cuando los seres más amados tratan al niño de un modo distinto a lo esperado o a lo que les corresponde por derecho, si reciben un daño de los adultos más cercanos o de niños-amiguitos más grandes, cuando se exponen de un modo continuado a un rechazo  y se sienten solos porque no logran tener amigos de los cuales reciban buen trato, habrá riesgo de que no se diferencien de significantes como niño solo, niño excluido, niño humillado, niño vapuleado, niño maltratado por sus pares, niño ignorado, cuestión que puede llevar a concluir que es mejor no estar más porque no se sabe dónde ubicarse ni qué lugar se ocupara para el Otro.

El rechazo a un niño de padres o guardadores es muy desorientador porque oscurece el mundo, también está el hecho de que al niño no se le transmita un sostén, algo que simbólicamente se constituya en un soporte. Que en lugar de un niño recibir un alago reciba maldiciones y que llegue a la conclusión de que no tiene a quien dirigirse para decirle lo que siente o le pasa, produce un estado de inquietud y soledad que el niño puede llegar a no soportar.

Pregunta: ¿Qué le dice a la sociedad un acto suicida?

Hector Gallo. Cuando el acto suicida prolifera, le dice a la sociedad que hay un grave problema de amor por la vida y que para comprender que aspectos sociales y subjetivos promocionan este desamor, no basta con hacer investigaciones cuantitativas en las que cada suicidio es rebajado a la indignidad de constituirse en un número. Saber cuántos se suicidan cada año, si bien sirve como una vos de alerta para las familias y los funcionarios, que entonces deberán pensar en cómo prevenir la autodestrucción humana, no permite comprender el sentido del suicidio, pues se trata de un real con el cual cada quien se relaciona de un modo diferente.

Se debe reconocer que el suicidio es un enigma que no debería ser banalizado reduciéndolo a lo que suele ser reducido por los medios de comunicación: “se suicidó porque la novia le terminó”, “se suicidó por qué no soportó más el encierro a causa de la pandemia”, “se suicidó porque su mujer lo dejó su pareja”, “se suicidó porque no soportó la quiebra de su negocio o porque le hacían Bullying en la escuela o por las redes sociales”. El fundamento subjetivo del suicidio es una caída estrepitosa del deseo del Otro y la misma cada quien la experimenta de distinto modo y se actualiza por una contingencia como las anotadas hace un momento.

Es muy difícil que alguien se suicide obedeciendo a un arrebato, quien lo hace ya lo venía pensando, y había emprendido el camino hacia la muerte realizando inconscientemente actos orientados a apoyar su empuje mortífero en motivos aparentemente racionales. Cada suicida antes ha hecho lo indispensable para perder las cosas más valiosas que podrían mantenerlo atado a la vida. Es por esto que algunos de aquellos que dejan cartas suelen decir: “de esto no se culpe a nadie, se trató de una decisión que fue solo mía, han sido muy buenos conmigo y les pido me disculpen, pero tenía motivos íntimos muy fuertes para no querer seguir aquí”

El suicidio es un acto de ruptura por excelencia con el Otro simbólico que sirve de soporte al lazo social, y dicho acto no es pensado desde el psicoanálisis como una realidad externa al sujeto, sino más bien, interna. Si bien tanto el pasaje al acto suicida como al acto criminal no deben ser pensados por fuera de su realidad social y sin duda se trata de hechos sociales, ambos son impensables para el psicoanálisis por fuera de su relación con la subjetividad. Por esta razón, una de las preguntas que desarrollo en un libro que espero salga a la luz en este primer semestre, es ¿qué clínica del pasaje al acto suicida es posible y cómo responder a quienes vienen a vernos con intención latente o manifiesta de suicidarse?

Todo intento de suicidio es logrado desde el punto de vista subjetivo, mas no desde el punto de vista objetivo. Cada atentado contra sí mismo, buscado consciente o inconscientemente, tiene efectos devastadores en la subjetividad, y se habla de “intento” o de “gesto suicida” por el hecho de que el daño producido, como lo afirma el padre de la sociología y contemporáneo de Freud, Émile Durkheim, es “obra de la víctima misma […]”.[6]

Es difícil encontrar un ser humano en quien alguna vez en la vida no hayan surgido impulsos suicidas expresados en la consciencia en ideas autodestructivas, como tampoco estados de ira consigo mismo y con el otro, de tristeza, de angustia, arrebatos peligrosos o estallidos de desesperación. En no pocos casos, estas reacciones afectivas se producen sin que exista proporcionalidad entre el afecto desencadenado y la causa objetiva. Freud hace referencia, por ejemplo, a lo que denomina “la susceptibilidad psíquica de los histéricos, que ante la menor desatención reaccionan como si de una mortal ofensa se tratara”.[7]

Esa “susceptibilidad” exagerada se debe comúnmente a motivos que, por haberse ido poco a poco acumulando en la memoria inconsciente, actúan como material detonante. El sujeto se sirve del último pretexto para que se produzca un estallido o se desencadene un arrebato. Debe tenerse claro, clínicamente, que la última e “insignificante molestia” no es la que produce el llanto convulsivo, lo que llaman en algunas mujeres la “pataleta”, “el ataque de desesperación y el intento de suicidio, […]”,[8] sino los recuerdos despertados “de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia”.[9]

O sea que para el psicoanálisis, la verdadera causa del suicidio no es externa, como supone Durkheim, sino fundamentalmente interna; por lo tanto, no hay que buscarla en los motivos presentes. Pero debe tenerse en cuenta que pequeñas discusiones en una pareja, insignificantes mortificaciones de la actualidad, a veces detonan agresiones letales, serios intentos de suicidio o lo que suele llamarse “gestos suicidas”, y una afección del sentimiento de vida que debilita el disfrute de las pequeñas cosas y el regocijo de encontrarse cada día con un nuevo amanecer.

El suicidio o el intento de suicidio también pueden ser el desenlace de un conflicto psíquico grave o la puesta en acto de intenciones ocultas contra sí mismo, las cuales, por ser demasiado íntimas, no pueden ser apreciadas desde fuera y menos “por medio de aproximaciones groseras”[10] como las que suelen hacerse. Durkheim tiene razón cuando afirma que las intenciones íntimas pueden “sustraerse hasta la misma observación interior”, pues no solo existen las intenciones conscientes de suicidarse, sino también las inconscientes, y estas últimas son las más dominantes, por ser del orden pulsional.

En conclusión, cualquier ser humano es potencialmente tanto un homicida como un suicida, pues la pulsión de muerte que nos habita se sirve de cualquier pretexto que justifique su puesta en acto. La pulsión de muerte que habita a cada ser humano, tiene por misión servirse de cualquier pretexto para lograr que en el ser humano se debilite su amor por la vida. El suicida es un ser bastante sádico con sus seres queridos, su acto es de un profundo desprecio y crueldad con quienes lo aman, le gusta dejarlos divididos y con una profunda culpa, pues se quedan preguntando: ¿qué dejamos de hacer para que no se fuera?

 

[1] Erik Laurent, Variaciones sobre el mal, en: La Cuestión del mal, Dispar, Revista de psicoanálisis, Buenos aires, Grama, 2012, p. 20

 

[2] Ibíd., p. 20

 

[3] Erik Laurent, Variaciones sobre el mal, en: La Cuestión del mal, Dispar, Revista de psicoanálisis, Buenos aires, Grama, 2012, p. 20

[4] Jacques-Alain Miller,  El Otro que no existe y sus comités de ética, Seminario en colaboración con Erik Laurent, Buenos Aires, Paidós, 2005, p.

[5] Erik Laurent, Variaciones sobre el mal, en: La Cuestión del mal, Dispar, Revista de psicoanálisis, Buenos aires, Grama, 2012, p. 16

[6] Émile Durkheim, El suicidio, Madrid, Akal, 1982, p. 12.

[7] Sigmund Freud, La etiología de la histeria, vol. 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 314.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.

[10] Durkheim, El suicidio, op. cit., p. 13.

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