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PRINCIPIOS DE LA INTERVENCIÓN PSICOANALÍTICA EN LA PSICOSIS1

Eugenia Flórez

I.-

Luego de esta jornada tan productiva,2 me corresponde cerrar esta serie de presentaciones, digamos de puesta en acto de un trabajo concienzudo y riguroso, que en todos los casos es el producto de la experiencia clínica ya sea institucional o particular. Es por ello que los productos que ustedes han escuchado hoy, han sido posibles gracias al deseo que nos ha acompañado de hacer lazo social a partir de lo que hoy se constituye en una elucubración de saber sobre la intervención psicoanalítica en la psicosis. Son, entonces, unas elucubraciones de saber a partir del deseo, de la inventiva, de la ética de aquel que está en el lugar de terapeuta o de analista.

Inicialmente es necesario poner un poco en tensión los abordajes de la ciencia y las psicoterapias, en relación con lo que el psicoanálisis “ofrece”, -y uso este término porque definitivamente el psicoanálisis ha pasado a ser un producto más en el mercado-, en el intento de tratar el malestar contemporáneo. Quizás la expresión no es del todo correcta, en tanto el psicoanálisis debe presentarse como “más uno”, en el sentido que pueda causar un trabajo sin estándares. Es decir, cuando nos referimos a los principios de la intervención psicoanalítica, para nada coincidimos con un ideal de homogeneización o de universalización.
El concepto de principio está guiado por el “principio de Horacio”,3 expresión que utiliza Miller en Política Lacaniana. Horacio es Horacio Etchegoyen, presidente de la IPA en 1996, quien refiriéndose al futuro de la Escuela señala que “ningún grupo puede arrogarse la representación total del psicoanálisis” e introduce el “principio de tolerancia” en oposición a ello. Lo que interesa señalar acá es el intento de descompletar toda intención de representación totalitaria y es esta la acepción que habrá que darle al concepto de principio, puesto que no se trata de una transmisión en masa. No se trata entonces de hacer un Manual de intervención o un decálogo psicoterapéutico.

Lo que nos ha dejado ver esta Jornada es que precisamente no se puede intervenir desde el estándar: cada caso nos muestra un tratamiento particular. Es así que el principio no es totalitario, es necesario orientarse por el “no todo” para poder permitir el trabajo del psicoanalista. Los principios nos confrontan es con el uso de una ética en la práctica, no con un manual práctico de intervención.

Ahora bien, lo que se constituye en un punto central a la hora de pensar los abordajes de la ciencia y las psicoterapias, es el lugar dado al psicótico, puesto que para disciplinas como la medicina, la psiquiatría, la psicología y aún la pedagogía, el psicótico tiene la particularidad de ocupar el lugar de objeto, un objeto que es reducido al puro real. En ese sentido, centran su intervención en una cura con fines adaptativos, que se sustentan en la idea de un objeto declarado incompleto en su desarrollo, incapaz para hacer con lo social y segregado de cualquier participación en construir su propia manera de hacerse un lugar en el mundo.

Hoy más que nunca, abundan las propuestas terapéuticas de intervención, todas ellas desde una perspectiva holística, neuro-psico-educativa que apunta al déficit cognitivo de base orgánica, de tal modo que la terapéutica ideal es el fármaco que funciona “para todos”.

Desde estos modos de intervención se parte de un saber que se impone respecto al psicótico, y para tratarlo es necesario realizar un inventario que apunta a caracterizar aquellas habilidades, aptitudes y discapacidades que se deben corregir o reforzar, según sea. Es así que se aplican modelos de estimulación adecuados y oportunos para prevenir o rectificar. También la pedagogía opera a partir del significante “especial” y las neurociencias cada vez se acercan más al neurotransmisor que debe ser corregido para rectificar la falla orgánica.

Algunos abordajes psicoterapéuticos tratan de restituir el deseo o de hacer creer en el padre simbólico, tratando de buscar en él algo del padre ideal, padre que no existe, ese padre ideal freudiano.

Respecto al psicoanálisis digamos, por el momento, que opone una ética del sujeto a la ética de la ciencia, cuya verdad está en la biología. En este sentido no trata de imponer una verdad al sujeto ni presupone una cura ideal como fin. El psicótico es para el psicoanálisis un sujeto que por sí solo busca suplir la situación estructural que está subyacente. Pero dentro de su ética. No obstante propone transformar esa ética, puesto que su ética le impide representarse una manera particular de goce. Es así que el psicoanalista invita al sujeto psicótico a hacerse responsable de su propia posición como ser de goce, separado del goce del Otro, y para ello no le ofrece un modelo ideal; lo que ofrece es un lugar de escucha a partir del cual sea posible la creación de una hiancia, de ese vacío a partir del cual el sujeto pueda construir la particularidad de su goce

Esa hiancia, ese vacío, es el vacío del deseo para descompletar a ese Otro que funciona tan invasor en el psicótico, y ello a través de la posición del analista. Es decir, que el psicoanalista en lugar de ofrecerse como un amo más, hace lugar a lo que el sujeto demanda, para permitir desde allí un nuevo ordenamiento que apacigüe el goce que ese desorden produce (Los casos de A y de J nos lo han mostrado de manera precisa: El modo como se presentan, en un principio es en un desorden que los habita).

Lo que la clínica nos muestra es que el psicótico está a la espera de un lugar, y lo que el analista le ofrece es precisamente eso, prestándose en la cura con su presencia y escucha, pero además como testigo, otorgando un lugar a lo que el sujeto dice en sus formas particulares. Hace lugar al sujeto y a su goce.

II.- Principios de la intervención

El punto de partida es tener en cuenta que el psicótico goza. Él goza en su condición de “ser hablante” y en esa medida está sostenido por una construcción particular, lo que implica la búsqueda de una satisfacción de goce. Es así que la meta del psicoanalista es que el goce emerja, que emerja lo que hay detrás del síntoma.

El analista le apuesta, entonces, a la emergencia de ese asunto íntimo de cada quién, en el cual se enraíza el ser como un objeto para el goce del Otro.

El goce no se aborda más que por los surcos que se han trazado en el cuerpo como lugar del Otro. El analista tiene que saber escuchar eso que emerge a nivel de signos y de la lalengua en el campo del cuerpo, es decir, a un nivel que no pasa por la significación o por el sentido. Y es en el momento mismo de esta emergencia del signo o de la lalengua, que hay que marcarla; no da espera, requiere allí del acto analítico.

El goce del Otro provoca respuestas en el ser de goce. En el encuentro con el Otro, el sujeto responde a la pregunta por ¿Qué me quiere ese goce Otro? Ya sea con el síntoma o con el sinthome, lo que es particular en cada sujeto es la forma en que éste se presenta. El síntoma testimonia la respuesta al encuentro con el goce, allí en tanto que el goce de él mismo como Uno, se separa del goce del Otro.

Es necesario que se pueda hacer uno al parlêtre, esto es, singularizar su goce, constituir la percepción de su unicidad frente al goce del Otro. Bajo este presupuesto la pregunta a formularse ante un sujeto psicótico es ¿Qué goce Uno le es posible construir a partir de lo que ese Otro le transmite?

El cuerpo está afectado por el ser de goce y es utilizado para asegurarse de una identidad en el goce. Para constituir el síntoma el sujeto se sirve de lo real de su cuerpo. En este sentido, el cuerpo es territorio en el que parasita el signo y lalengua, y se accede a un goce animado por la libido, es decir, se aprehenden goces a nivel de las zonas erógenas, y se busca fuera del propio cuerpo un elemento, un objeto de goce. El analista supone que en los signos del goce que el psicótico enseña, está presente el sujeto y apuesta para que de esos signos emerjan coordenadas para situar al sujeto en su goce, en oposición al sujeto como goce del Otro.

Por lo tanto, tener un cuerpo no es igual a ser una bola de carne, un organismo. Tener un cuerpo tiene que ver con usarlo eróticamente por la vía del objeto de la pulsión. Más aún, la pulsión es el único acceso al otro cuerpo, es decir, la pulsión permite hacer lazo, pero no permite hacer unión.

Sin embargo, el cuerpo del psicótico está en la dimensión de lo real. Es un cuerpo no afectado por la falta necesaria, la pérdida del objeto. Además, se evidencia el compromiso de la espacialidad y la temporalidad de ese cuerpo, porque estos son efectos que deja el objeto a partir de su existencia fuera. El psicótico, para buscar su goce, debe primero producir la falla en forma de agujero con la automutilación o la extracción de un objeto del campo del Otro, pero en una dimensión real.

Los acontecimientos van en dirección a una construcción de una particularidad de goce propio que lo separa del goce del Otro. De manera que el psicótico debe hacer un trabajo adicional que apunta a la restauración de un poco de goce para su unicidad, insertado en la figura del Otro, de allí que deba construir un artificio de objeto que esté fuera de su campo. Ya sea la erotización de la imagen como lo hace Schreber, o el artificio de la escritura como Joyce, o el objeto de síntesis como en el autismo, todos ellos corresponden a un equivalente de objeto que permite un goce particular.

En la extracción o constitución del objeto se funda el vacío a partir del cual el deseo puede emerger. Esto permite introducir al psicótico en el proceso de simbolización que lo lleva a demandar y a hacer circular objetos que tienen un valor simbólico. Los circuitos constituidos por el deslizamiento de objetos pueden tener una función de suplencia, que lo pacifica en tanto que aparecen bajo transferencia. El analista como objeto logra sostener el anudamiento que en términos lacanianos toma el valor de sinthome.4

Esa extracción del objeto anticipa el siguiente paso, la construcción del objeto condensador de goce, fuera del cuerpo.5 Estos momentos que se presentan bajo transferencia son escandidos, marcados por el acto analítico. Se introducen cortes que producen discontinuidad y, por lo tanto, una diferenciación. El analista dispone, además, del equivoco, a través del cual es posible “separar el sonido y el sentido y puede introducir entonces una separación entre la letra fuera de sentido y el sentido nuevo que el significante articula a partir de la separación producida.” 6

¿Qué es lo que el analista ofrece? El analista ofrece su cuerpo real y ofrece su lugar de objeto “a”, para que el psicótico pueda componer una imagen del Otro y una imagen de su cuerpo que no esté totalmente sometida a la invasión del goce mortífero.

También el analista interviene recurriendo a interpretaciones que permitan al psicótico una reconstrucción de su historia.

El analista favorece la construcción del agujero, presentándose siempre como Otro tachado (A/ ), nunca como otro completo. Lo hace a partir de su silencio o de su posición distraídamente atenta, pero en la escucha permanente de esos signos de sujeto que pueden aparecer en cualquier momento. Esta es una presencia que implica, además, una barra sobre los objetos de la pulsión, los cuales resultan peligrosos para éstos sujetos: la mirada, la voz, la demanda anal, la demanda oral.

También interviene admitiendo los significantes nuevos que el psicótico inventa, porque son productos de su tratamiento inédito, tratamiento de lo real, ya que no solo lo padece sino que además, y esto hay que subrayarlo, él puede inventar.

Es precisamente a esto a lo que debe apuntar la apuesta del psicoanálisis, sostenida en el deseo y no en las curas ejemplares: a permitir el trabajo de la psicosis, desde los recursos que el mismo sujeto logra inventar, eso inédito que no pasa por la significación y a lo que no hay que inscribir en el orden del sentido.

Para concluir: Que sea ésta una invitación a dejarnos enseñar de la psicosis a partir de la clínica, advertidos de que el psicótico siempre tiene que verificar nuestro lugar.

1 Texto trabajado en el grupo de investigación Las intervenciones psicoanalíticas en el niño: efectos en el cuerpo
2 Jornadas de Carteles, NEL Medellín, Noviembre de 2003.
3 MILLER, J.A., Política Lacaniana, Colección Diva, Buenos Aires, 1999.

4 Tendlarz, Silvia. “La interpretación en la cura del niño autista”. En: Psicosis, clínica de la suplencia. Centro Pequeño Hans, Buenos Aires.
5 Coccoz, V. “Hacia una topología de la subjetividad”. En: Carretel 3
6 Solano, Estela. Los dos tipos de síntoma en el niño. En: Carretel 1 3 7

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  • Pblicado: mar 30 2013
  • Etiquetas: intervención, objeto, Otro, Principio, Psicosis
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