
Estravío femenino
Liliana Aguilar /EOL
Si la mujer tiene algo de extravío, tal como lo propone Lacan, no es porque esta perdida, descarriada o desorientada, cosa que puede pasarle tanto a ellos como a ellas, sino en todo caso, porque el goce que la habita es insituable. El extravío, entonces, más que una condición de exceso, perdición y locura que, por lo general, se hace pesar sobre las mujeres es, más bien, la condición no localizable propia del goce femenino. Si no fuera que Lacan reconoce que ese goce “esta excluido de la naturaleza de las cosas” (Sem.XX, 89) es decir, extraviado, fuera de lugar porque no puede situarse, ni localizarse, ni fijarse con lo que sí pertenece a la naturaleza de la cosas, o sea con las palabras, quizás todavía estaríamos intentando develar el misterio, cual si fuera el secreto mejor guardado de la humanidad.
Hay que decir que muy a pesar de todo, las extraviadas han intentado hacer pasar por la naturaleza de las cosas, eso que está excluido y Lacan les ha reconocido el esfuerzo considerando esos testimonios como “lo mejor que hay para leer” (Sem. XX, 92). Si Lacan pone el acento en los místicos es porque en ellos, al igual que en él, de lo que se trata es de hacer con esa imposibilidad.
El último libro de Marcela Iacub, Bella y Bestia (2013), es otro testimonio que se vale de la escritura para transmitir lo intransmisible de una experiencia que describe como “la más poética, más densa, más cruel, más bella y más fuerte de su vida” (Iacub, 2013, 8). Y lo que nos enseña es que el extravío que el encuentro con la feminidad conlleva va más allá de las épocas y también más allá de la naturaleza divina, humana u animal del partenaire en cuestión.
Tomado de: Newsletter N°9