
Clase 12. Edipo: de la mitología en Freud a la mito-lógica en Lacan
María Cristina Giraldo
12. LACAN: DE LA CLÍNICA ESTRUTURAL A LA CLÍNICA BORROMEA.
12.1. EL DIAGNOSTICO EN PSICOANÁLISIS: DEL FENÓMENO A LA ESTRUCTURA
Como hemos visto, Freud ya señalaba la necesidad de establecer el diagnóstico para determinar, con base en él, el tratamiento psicoanalítico, que en términos de Lacan, alude a la dirección de la cura. En la orientación lacaniana el diagnóstico se presenta en términos de estructura y las entrevistas preliminares tienen, entre uno de sus objetivos más importantes, el de establecer el diagnóstico diferencial entre neurosis, psicosis y perversión. En psiquiatría el diagnóstico se basa en la observación de signos específicos (semiología) para una clasificación nosográfica con base en una investigación armada llamada anamnésis que se ocupa del fenómeno en detrimento del sujeto; en psicoanálisis, si bien hereda, en parte, la nosografía psiquiátrica, se toma en consideración el fenómeno como puerta de entrada a la estructura y el diagnóstico es del sujeto en su particularidad estructural, es decir, el diagnóstico de estructura, a diferencia del diagnóstico del fenómeno, no estantariza a los individuos para clasificarlos en un cuadro clínico, sino que determina los rasgos estructurales que caracterizan a un sujeto que por definición es inclasificable. Es importante entonces evaluar inicialmente la presencia o no de fenómenos elementales para descartar una psicosis, aún si esta no está desencadenada mediante alucinaciones o delirios. Entre estos fenómenos están los de “automatismo mental” que fueron formalizados por Clérambault y que consisten en la irrupción de las voces de otros en la propia subjetividad; fenómenos de descomposición, despedazamiento, separación o extrañeza con relación al propio cuerpo; o fenómenos de certeza absoluta con respecto a la hostilidad de un extraño, a la identidad, o a signos en el mundo que le están dirigidos al sujeto (1).
Después de evaluar el fenómeno se pasa a los rasgos estructurales y sus combinatorias, así como a situar efectos y tiempos lógicos durante las entrevistas, tanto del lado del analista, como del lado del paciente (2), que permiten al analista, durante las entrevistas preliminares, tomar decisiones antes del paso al diván, que pueden ir desde recusar la demanda del paciente, hasta crear condiciones posibles de tratamiento en la psicosis que eviten un desencadenamiento, en todo caso, orientan la dirección de la cura y determinan o no, la entrada en análisis o el establecimiento de preliminares a más largo plazo, o incluso permanentes.
Un diagnóstico no se apoya jamás, sin correr riesgos, en el solo hecho de la identificación de síntomas que sirvan de signo al analista; el síntoma de estructura, como veremos, es descubierto por el analizante durante su análisis y tiene otro estatuto distinto al del síntoma como fenómeno. De ahí, la importancia de establecer la diferencia entre esos síntomas y los rasgos estructurales, así como la existencia de rasgos estructurales específicos y estables, cuya constancia, nos dejaría suponer, una cierta estabilidad en la organización de la estructura psíquica.
El diagnóstico, es entonces, de estructura y sabemos que no se tienen dos estructuras a la vez, ni se acepta la idea de que exista una parte psicótica en la personalidad, tal y como se piensa en otros paradigmas y, por tanto, que un neurótico se pueda psicotizar, es decir, no se cambia de estructura clínica, ni hay fachadas que recubran otra estructura, sino una estructura que acorde a la particularidad de cada sujeto, implicará una serie de combinatorias distintas de los rasgos estructurales. Esto no quiere decir que en la estructura no se operen cambios, sino que las transformaciones posibles en ella suponen el límite de lo inmodificable, no se cambia de una estructura a otra estructura, no se deja de ser neurótico, pero el sujeto llega a arreglárselas con su neurosis, con su síntoma, con la manera como distribuye su investimiento libidinal y a poder tener, mediante una cesión de goce, una relación humanizada con su real, lo que es distinto a pensar que la cura produce un saber sin consecuencias para el sujeto, es de esperar pues una eficacia en la cura analítica que no pase por el furor curandis que apunta al ideal y a la normalización y no al sujeto.
12.2. EL SÍNTOMA EN PSICOANÁLISIS
Pilar Posada(3) en su investigación Las caras del síntoma, toma sentido y goce como dos referentes de búsqueda en Freud, Lacan y Miller sobre este concepto; estas dos vertientes son opuestas y dan lugar a dos tiempos lógicos distintos en la formalización de la clínica lacaniana, la clínica estructural y la borromea. Retomaré para este segundo punto los apartes de este trabajo, en forma contextual, que sean pertinentes a nuestro tema para llegar a las dos clínicas de Lacan y a sus consecuencias en la dirección de la cura y en la teoría del final de análisis.
El síntoma proviene de la medicina donde alude a una ruptura en el funcionamiento armónico del organismo, a diferencia de ello el psicoanálisis parte de una inarmonía originaria referida a la castración, por lo cual el síntoma en psicoanálisis no tiene el carácter de disfunción que tiene en medicina.
Recordemos en forma breve que en Freud la formación de síntomas remite al conflicto psíquico en el cual el retorno de lo reprimido se presenta como una solución de compromiso entre el deseo prohibido y la defensa; está articulado a la angustia de castración y al deseo edípico, como una vía sustitutiva de satisfacción que encuentra el deseo incestuoso interdicto y reprimido. Freud pasó de la teoría del traumatismo sexual, al descubrimiento de la sexualidad infantil y del Edipo y la noción de síntoma siguió ese desarrollo, ya no era el trauma la fuente de los síntomas, sino el deseo incestuoso. El síntoma como cumplimiento de deseos es el eje de La interpretación de los sueños (1900), el síntoma posee un sentido que es interpretable. En la última parte de la obra freudiana, el síntoma es propuesto como un camino para la pulsión, como la manera como el sujeto se las arregla con la falta de objeto y con el goce faltante, es decir, con la castración.
Lacan parte de esta doble vertiente presente en la obra de Freud, el síntoma como sentido que puede ser interpretado y el síntoma como satisfacción, en tanto que solución de compromiso en el conflicto psíquico y, en tanto que compulsa a repetirse, ligado a la pulsión de muerte. Lacan pensó en la década de los 50 que el síntoma estaba estructurado como un lenguaje, con significación y sentido, al situarlo en el campo del lenguaje lo designó como significante, como metáfora en la que un significante es sustituido por otro y como mensaje que busca ser interpretado. Esta es pues una primera axiomática sobre el síntoma que lo sitúa en el orden simbólico donde está referido a la dimensión del deseo y no a la del goce; de lo que se trata es del sentido del síntoma referido al Otro, como una verdad enigmática escondida tras una máscara que la interpretación analítica hace caer.
En El Seminario 5. Las Formaciones del inconsciente (1957-8) (4), Lacan muestra como en el síntoma se opera un cruce entre el circuito semántico y el pulsional, es decir, entre sentido y goce; su incidencia en la constitución del fantasma y que, por tanto, más allá del sentido pone en juego la posición de goce del sujeto. Desde el Seminario 7. La Etica del Psicoanálisis (1959-60)(5), el goce como satisfacción de la pulsión toma prevalencia sobre el sentido y es en el Seminario 10. La angustia (1963)(6) donde Lacan desprende el síntoma del deseo y lo articula al goce que en tanto tal se basta a sí mismo y no llama a la interpretación y a la relación al Otro, es autoerótico y no dialectizable, a diferencia del deseo. En los años 70 Lacan madura esta formalización opuesta a la primera, en tanto la introducción del concepto de goce le permite pensar el síntoma como modo de gozar que no busca ser mensaje cifrado y que solo bajo transferencia se abre a la palabra, ahora como instrumento de goce, el sujeto goza al hablar.
La inclusión del nudo borromeo con relación al síntoma, como nudo de significantes, del cual toma su nombre la clínica borromea, es introducido por Lacan en el Seminario…O peor (El saber del psicoanalista, 1971-2)(7). Ya el síntoma no es una cadena de significantes, sino un nudo y esto lo lleva al significante Uno que es promovido por una investidura de goce. Un significante se vuelve un significante gozado, es lo que hace el síntoma, aislarlo por el goce, ese S1 se convierte en lo que cifra el goce ya no como sentido, sino como letra primera y sola que en tanto tal, no hace cadena, sino que marca el cuerpo.
Este anudamiento borromeo entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, le permite a Lacan introducir la noción de sinthome, síntoma en francés antiguo, a partir de su análisis de la escritura en Joyce, encuentra como ésta opera para él como suplencia de la metáfora paterna, ocupa el lugar del Nombre-del-Padre forcluído, que le permite ordenar su goce. Es lo propio de la psicosis, a diferencia de la neurosis, estas suplencias impiden el desencadenamiento alucinatorio y delirante. Lacan cambia totalmente la perspectiva freudiana desde la cual se pensaba el síntoma a partir de las neurosis, especialmente, desde la histeria y con el concepto de sinthome, es la psicosis lo que permite pensar el síntoma y a partir de ello la forclusión generalizada, es decir, como un mecanismo que ya no es exclusivo de las psicosis. Esto abre las puertas a una nueva dimensión de la clínica, los anudamientos borromeos posibles, la clínica de las suplencias, el delirio y las alucinaciones antes patognomónicos de las psicosis, ahora pueden pensarse desde la estructura, sin confundir neurosis y psicosis, fenómenos como las seudoalucinaciones histéricas y el carácter delirante de las ideaciones obsesivas.
El Nombre-del-Padre opera como un síntoma que parcha la falta en el Otro, una sutura para la A tachada; al no existir un objeto natural a la pulsión, como en el instinto animal, Lacan puede afirmar que “no hay relación sexual”, entonces síntoma. En el fantasma el sujeto intenta que la relación sexual exista, el síntoma viene a suplir eso que no existe, que no puede cifrarse. El Nombre-del-Padre es solo una de las suplencias posibles en esta clínica de las suplencias o de los nudos que pasaremos a puntualizar.
12.3. DE LA CLÍNICA ESTRUCTURAL A LA CLÍNICA BORROMEA
Lacan, al igual que Freud, transformó su teoría sobre las estructuras clínicas a partir de sus hallazgos en la práctica y retomó las categorías freudianas en términos de estructura: neurosis, psicosis y perversión. En la neurosis incluyó dos subtipos clínicos: histeria y neurosis obsesiva, ya que la fobia, a diferencia de Freud que la consideraba una categoría diagnóstica que luego denominó histeria de angustia, para diferenciarla de la histeria de conversión, no fue considerada por Lacan como estructura, sino como síntoma, o como una “plataforma giratoria” de empalme con la histeria, la neurosis obsesiva, o la perversión, de allí que haya que elucidar sus relaciones con ellas. En la psicosis acepta los subtipos clínicos de paranoia(8), a la cual considera el paradigma de la estructura psicótica, y la esquizofrenia. Lacan separa manía de melancolía, no está presente la idea de bipolaridad que se encuentra en la clínica del fenómeno (vgr. el DSMIV) y parece dudar de su pertinencia para el psicoanálisis, de ahí que a la manía se la describa poco en la orientación lacaniana(9). En la perversión se guarda especial cuidado en diferenciar la estructura perversa del fenómeno perverso, por lo cual es posible encontrar homosexuales neuróticos, psicóticos en los que la homosexualidad les sirve de suplencia y homosexuales con una estructura perversa, es decir, no hay que confundir una forma de goce, vgr. lo homosexual, con la estructura clínica.
En la clínica estructural es importante pensar las defensas frente a la angustia de castración como punto de elección de la estructura: el perverso desmiente la castración (verleugnung)(10) y, mediante escisión yoica (ichspaltung), percibe y desmiente, a la vez, la diferencia anatómica de los sexos; se rehusa a aceptar la percepción de la ausencia de pene en la mujer. Freud propone el fetichismo como prototipo de la perversión: el objeto fetiche desmiente la castración materna y, al mismo tiempo, la designa, en tanto el fetiche funciona como sustituto del falo materno, para Lacan es un modo de responder a la castración del Otro, de su ausencia de falo. El psicótico se defiende de la castración a través de la forclusión (verwerfung)(11) en la cual hay un rechazo radical a la falta, es decir, al falo como significante fundamental, lo cual retorna en lo real, mediante la alucinación y el delirio. Schreber tenía la certidumbre en su delirio de ser mujer y ser la esposa de Dios para engendrar con él una nueva raza de hombres. Lo que se forcluye es el Nombre-del-Padre como significante fundamental, lo cual deja un agujero en el orden simbólico imposible de llenar, no hay metáfora paterna, ese Nombre-del-Padre forcluído que reaparece en lo real, mediante alucinaciones y delirios, equivale al desencadenamiento de la psicosis (12).
En la neurosis es la represión (verdrängung) la defensa frente a la angustia de castración, es decir, queda sepultada en el inconsciente y no expulsada de él como sucede con la forclusión en la psicosis, donde la represión no opera. Vale anotar que nos referimos a la represión secundaria que siempre involucra el retorno de lo reprimido a través de las formaciones del inconsciente (síntomas, sueños, lapsus, actos fallidos, etc.), a diferencia de la represión primaria (Unverdrängung), que es la que funda el inconsciente. La represión secundaria tiene la estructura de una metáfora, el síntoma, pensado como sentido y no como goce, en tanto que retorno de lo reprimido, tiene esa misma estructura.
Como en Edipo, encontramos ahora en la teoría de Lacan un paso epistemológico entre dos momentos con respecto a la clínica, es un pasaje y no una ruptura, inaugurado por lo que Miller denominó una axiomática diferente con relación al concepto de síntoma: el síntoma como sentido y el síntoma como goce. Esta oposición en la concepción del síntoma tuvo consecuencias sobre la idea que Lacan tenía acerca de las estructuras clínicas, así como sobre la dirección de la cura, las respuestas de analista y la teoría del fin de análisis. En la clínica estructural, la dirección de la cura apunta a la organización edípica en la cual la metáfora paterna es sustancial; en la clínica borromea el acento está puesto en lo que cubre el fantasma que es la marca de goce sobre el cuerpo, el S1, el rasgo unario, al síntoma como relación entre el S1 y el Otro barrado y en tanto se va más allá de la organización edípica, pero se la tiene en cuenta, la metáfora paterna funciona como suplencia, en tanto ya que no es el Nombre-del-Padre el origen de la nominación, sino el síntoma y el rasgo unario, que vienen a nombrar al sujeto, de ahí que el fin de análisis pase del atravezamiento del fantasma, a la identificación con el síntoma, en esta clínica del goce, de lo real.
A la clínica estructural, también se la conoce como la clínica del deseo, del sujeto porque son modalidades de constitución y funcionamiento del sujeto, o clínica del Otro, en tanto forma parte de la estructura del deseo, que es siempre deseo del Otro(13). La pregunta por el Nombre-del-Padre o su forclusión, como operación o no de la metáfora paterna, como vimos, es decisiva en la clínica estructural para la diferenciación entre psicosis y neurosis.
En la llamada segunda clínica de Lacan, la clínica borromea o de los nudos, se mantienen las estructuras clínicas, pero hay un avance epistemológico en los referentes teóricos desde los cuales las piensa: la distinción entre síntoma y sinthome, la pluralización de los Nombres-del-Padre, la forclusión generalizada, el punto de capitón, las suplencias, el rasgo unario y el síntoma como lo que nombra al sujeto y no el padre como nominación, la separación del síntoma y el padre, el Nombre-del-Padre como síntoma, en fin, esta clínica de ese S1 que marco un punto del cuerpo, o la clínica de lo real, es la consecuencia del “Más allá del Edipo”, si se quiere, lo que permite tomar en cuenta la organización edípica de un sujeto cuando es posible, como sucede en la neurosis, a diferencia de la psicosis, (la relación al falo, a la castración, el Nombre-del-Padre, el fantasma fundamental que está constituido como transgresión a la prohibición del padre, es decir, a la relación con la Ley) cuando hay metáfora paterna, se la tiene en cuenta para valerse de ella, para pensar el síntoma como articulación del goce con el Otro, es la clínica de lo real, en tanto que lo que ordena el goce en un sujeto es el síntoma y el discurso y no el padre como en la clínica estructural.
En La Conversación de Arcachon(14), Miller y Marie-Hélène Brousse plantean las diferencias entre estas dos formalizaciones clínicas de Lacan que, como hemos dicho, no supone que la primera quede desmentida por la segunda. La clínica estructural es discontinuista en tanto se basa en la oposición si o no forclusión del Nombre-del-Padre, es una clínica conceptual; mientras que con la forclusión generalizada y la pluralización de los Nombres-del-Padre, no se da una oposición, sino una gradación. La clínica borromea, es por ello elástica y continuista. El punto de capitón (capitoneado), de almohadillado, de anclaje, o el punto de basta, según las diferentes traducciones y usos, es el punto que sustituye en la clínica borromea la pregunta por si hay o no Nombre-del-Padre, si opera o no la metáfora paterna, en tanto el punto de capitón generaliza los Nombres-del-Padre. Es el botón que amarra lo que de otra manera sería una masa informe y se aplica a lo que le da sostén a la estructura, es lo que anuda la estructura psicótica de un sujeto, cuando no existe aparece el fenómeno descrito por Hervé Castanet como “la nebulosa”, así que si hay oposición en la clínica borromea entre punto de capitón y la nebulosa.
Este “Más allá del Edipo”, permite pensar que un anudamiento puede sostenerse sin el apoyo del Nombre-del-Padre, el mismo síntoma puede funcionar como Nombre-del-Padre que anuda, o existir otros tipos de anudamientos y de suplencias y que el Nombre-del-Padre no vale más que un síntoma, en vez de pensar ahora, como en la metáfora paterna la relación entre Nombre-del-Padre y F, se va hacia el S1 como marca en el cuerpo del encuentro con el goce autista, como lo que nombre al sujeto, desde la diferencia absoluta y el síntoma como la relación del S1 con el Nombre-del-Padre. Ante la ausencia de la metáfora paterna en la psicosis, el sujeto se inventa un sinthome que suple, de ahí que sea una clínica del sinthome, de las suplencias.
La clínica borromea permite pensar la psicosis no desencadenada o psicosis ordinaria, con sus puntos de almohadillado y sus suplencias, así como ver en las psicosis extraordinarias la metáfora delirante como un elemento estabilizador de la estructura, como suplencia de la metáfora paterna forcluída, tal y como ocurre en el delirio de Schreber y abordar lo real en la neurosis a partir de la forclusión generalizada. A diferencia de la neurosis, el psicótico está comandado por lo real, vive en lo real y no lo recubre como en la neurosis con el discurso, no se defiende de lo real con el discurso, no hay represión, por eso decimos que está por fuera del discurso. La clínica borromea es la clínica de la sorpresa en el neurótico en tanto está en el orden simbólico y del enigma en el psicótico que aparece en el lugar del vacío, el tratamiento del goce, de ese real que vuelve siempre al mismo lugar en tanto que es traumatismo y que es sorprendido por el acto del analista que apunta ahora a las “zonas misteriosas del sujeto que se abren más allá del Edipo”, según la expresión de Eric Laurent.
La clínica estructural, con Miller, permitía pensar el fin de análisis como la travesía del fantasma fundamental, como residuo del análisis y punto límite del mismo, donde de lo que se trata es de cómo puede el sujeto transformar su relación con esa significación, lo que conlleva a la modificación de la posición subjetiva en el fantasma fundamental. Miller, además de esta dimensión simbólica del fantasma, pensó la dimensión real como relación del sujeto barrado con el objeto “a”, el plus de goce, como un residuo que no se transforma. Mientras del síntoma se habla como queja, el fantasma en tanto se liga al goce se oculta en el análisis.
El descubrimiento de Lacan de la prolongación de las curas denotaba para él que el sujeto se instala en un gozar del inconsciente y lo llevó a una reformulación de la teoría de fin de análisis que Miller puntualizó, la identificación con el síntoma en la clínica borromea y ya no la travesía del fantasma de la clínica estructural, en tanto permite hacer con el goce del S1, con el goce del inconsciente de otro modo; ya no se trata en la dirección de la cura para que el sujeto modifique la relación con su fantasma fundamental, lo que implica una cesión de goce; sino que en tanto se admite un modo de gozar del inconsciente, del S1, que es inmodificable, se introduce no la posibilidad de transformar el núcleo de goce que nombra al sujeto, que lo particulariza, sino que el análisis permite un saber hacer con eso inmodificable para el sujeto, en tanto es lo que lo define y nombra su esencia. Los testimonios del pase muestran que al final del análisis se pluralizan los S1 y que pueden surgir, además, significantes nuevos para un sujeto. Marca el límite entre lo curable y lo incurable en un análisis.
Notas:
1. Miller, Jacques-Alain. Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós, 1997. P. 24
2. Localización subjetiva, introducción al inconsciente, rectificación de la posición del sujeto, del lado del paciente y la dirección de la cura y el diagnóstico de estructura, del lado del analista. Ver obra citada. Cap 1.
3. Magister en Ciencias Sociales. Cohorte Psicoanálisis, Cultura y Vínculo Social. Director: Juan Fernando Pérez. Universidad de Antioquia. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Medellín, 2000.
4. Buenos Aires: Piados: 1999
5. Barcelona: Piados, 1988.
6. Inédito.
7. El seminario de Jacques Lacan. Libro 19. O peor (1971-72). Inédito.
8. Sobre la cual hizo su tesis de doctorado con el caso de una mujer paranoica, el caso Aimée.
9. Para una ampliación sobre el tema, ver Fridman, P y Millas, D. La exaltación maníaca. Las muertes del sujeto. En: Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Instituto Clínico de Buenos Aires. Buenos Aires: Paidós, 1999.
10. También se encuentra renegación que genera el equívoco de la doble negación, que termina por afirmar, es una expresión tautológica.
11. Se encuentra también como repudio o preclusión.
12. Se encuentra también el término prepsicosis, a mi modo de ver inadecuado porque genera el malentendido del cambio de estructura o el de psicosis ordinaria, por oposición al de psicosis extraordinaria.
13. Similitudes encontradas por Mazzuca, R. y otros. Las dos clínicas de Lacan. Introducción a la clínica de los nudos. Buenos Aires: Editorial Tres Haches, 2000.
14. En: Miller, Jacque-Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, 1999.