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EL SER HABLANTE SE DA AIRES…

Por: Vilma Coccoz

Le vent dont il s’agit, je sais en être le responsable.

Ce que j’apprecie avant tout dans ceux qui veulent bien gonfler leur voile de ce vent,

c’est la façon don’t ils l’attrapent, c’est l’authenticité de leur navigation.

J. Lacan.

Apertura del Congreso de Roma. 1974

Porque el ser hablante es, ante todo, un ser viviente, la respiración constituye el indicio indiscutible de que su corazón palpita. Se diga lo que se diga, afirma Lacan, la muerte es imaginaria, por eso la quietud del cadáver y las estatuas nos ofrecen una representación posible del fin inevitable de la vida. Vanitas.

Pero existe una “segunda vida”, la vida en la palabra, que duplica la natural: “El viviente en la especie humana existe como significante más allá de la vida natural”.[1] En esta verdadera vida, o más precisamente, en esta vida en la que la verdad reclama sus derechos, la muerte no es sucomplementaria sino una forma de perdurar, de permanecer inmutable.

Esta vida que porta un nombre individual se distingue por la marca del significante Uno en el viviente, y en ella se interesa el psicoanálisis. En el gran problema de la vida: el goce, que no obedece a leyes naturales. El goce tiene como condición el ser viviente, pero no es genérico a la especie sino singular, derivado de un encuentro tan traumático como azaroso con lalengua.

Imaginariamente se los identifica, al ser y al cuerpo. Pero, a diferencia de la rata, que vale por la unidad de su cuerpo de especie ratera, el cuerpo hablante, aquejado de la falta en ser que impone el lenguaje, se hace presente como síntoma, como un acontecimiento del cuerpo. El cuerpo “que se tiene del aire, se airea, del se lo tiene. Llegado el caso eso se canta y Joyce no se priva de ello.”[2]

La doble vida del ser hablante depende pues, del aire. Porque del aire depende la función de la fonación, verdadera esencia del Phi, dice Lacan. Función que opera la sustitución del macho en la vida natural, por el que se llama “hombre” en la doble vida. En ésta la fonética se vuelve fáunica, según el equívoco lacaniano (fonétique, faunetique), cuando los nombres, hechos de fonemas, se cargan de sentido.

Y el sentido, ¿de dónde viene? En la construcción borromea el sentido viene del cuerpo. “El sentido es aspirado por la imagen del agujero corporal que lo emite.”[3] El agujero no es estático, revela un movimiento de aspiración y espiración, una especie de respiración del agujero, que para el caso es la boca, puntualiza Miller. No la boca en tanto habla sino en la medida en que se chupa, que se besa a sí misma según la imagen freudiana.[4] Y, de tanto en tanto, escupe, vomita sentido.[5]

Pero este agujero no es nada simple, requiere de una estructura triple que lo complejiza y lo vuelve remolino.

Quien ha visto un remolino en el agua sabe que traga pero, también, en su movimiento arroja algunos restos que suben a la superficie. Es así como funciona la cosa, es la causa de nuestra debilidad mental. Lo comprobamos a diario, lo poco que conservamos “en la memoria” y lo mucho que se escurre por el agujero. Pretendemos ser sustancias pensantes y, en realidad, somos agujeros, dice Lacan. A tal punto que propone sustituir el célebre Fiat Lux, por Fiat Trou.

Dios mismo es un agujero: Soy el que soy, sin imagen ni representación.[6] Por no estar encarnado, no dispone de lo imaginario mediante lo cual el cuerpo entra en la economía del goce.[7]

Y esta es la razón de que Él, el Gran soplón, no inspire, sólo espira… el Espíritu Santo. Cuando se encarne en el Hijo, valdrá por la Historia de su cuerpo. El Filio que concluye las apasionantes discusiones sobre el caso declarando que el Espíritu procede del Padre por el Hijo. Él sí que respiraba. Las imágenes de su calvario serán celebradas como bellas y nutrirán la voracidad de los fieles. Ellos, ávidos de sentido, aceptarán la versión de que el agujero es el pecado.

El análisis, una bocanada de aire

La vida del Sr. M era literalmente un “sinvivir”. Juzgado culpable de todos los males por su partenaire, voz de una Furia implacable, hablaba con una tonalidad cansina, desvitalizada. Padecía un profundo agotamiento, un insomnio pertinaz. Asediado por la reconstrucción mental de los episodios de humillación que sufría diariamente, su vida no tenía respiro.

No es una metáfora, le faltaba el aire. Y esa era la razón por la que el ejercicio de su profesión se había convertido en una tortura. Músico, el instrumento de viento con el que se ganaba la vida le provocaba una tensión insoportable. El esfuerzo denodado por interpretar las partituras correctamente acababa traduciéndose en dolores, contracturas, en tensa agitación debido a la respiración alterada.

El síntoma como acontecimiento del cuerpo iría, poco a poco, revelando la lógica de la estructura. Incrustada en sus carnes, la relación de sumisión al Otro malvado le había arrebatado el ejercicio y el disfrute en la ejecución musical. Las repetidas escenas de oprobio y difamación por parte de sus superiores y colegas habían ido intoxicando, envenenando su relación con “el instrumento”, así lo nombraba (muy rara vez hacía referencia al nombre técnico del mismo). Ya nada quedaba de su antigua afición; desde hacía años no asistía a conciertos, no podía siquiera escuchar discos.

Se había escrito en el cuerpo el terrible guión de su tormento melancólico. Humillado y ofendido, era preciso construir el cerco del mal, abrir los agujeros en el sentido a la manera de vías respiratorias.

Las soluciones que fuimos elaborando le permitieron coger aire, y así evitar el ahogo del encierro que le imponía su particular cárcel de goce. El Sr M. pudo permitirse un paseo diario, a solas, para que sus pulmones se nutrieran de aire puro. Pudo mejorar las condiciones de la habitación en la que ensaya cada día, y cambiar el aspecto de zulo de ese cubículo (carece de ventana) volviéndolo más habitable.

Tiempo después comenzó a recibir clases de canto y en ese contexto llegó a un descubrimiento esencial. Todos sus maestros habían recalcado la importancia técnica del acto de inhalar para obtener una correcta ejecución musical. Insistían en que es preciso llenarse de aire para así conseguir arrancarle al tubo metálico las deseadas notas. Nadie ha destacado que lo fundamental es la exhalación, la técnica que permite que los sonidos puedan brotar con el aire que sale de su cuerpo, no con el que entra.

Este hallazgo dio pie a un cambio en su postura corporal, se encontraba más ligero, declarándose atónito al descubrir que disfrutaba tocando, explorando nuevas melodías por puro placer. Con el tiempo, hacer música pasaría a ser uno de los medios de relajación. Orgulloso, comentaba la resistencia tranquila con la que superaba las actuaciones. Ahora toca desde su escabel, la función que da aires de grandeza al ser hablante.

Se ha construido un freno con aquello que le aporta satisfacción: tocar, cantar, andar. El aire ha permitido extender el perímetro vital del Sr. M que ahora puede moverse con mayor libertad. Por medio de la espiración advino el remedio al Phi cero (F0). Lo encontró el sujeto en la función de la fonación que une el soplo y el sonido, haciendo del aire canción y poniendo a distancia el sonido y la furia del superyó gracias a la respiración del agujero.

NOTAS:

[1]J.-A. Miller Lo real en la experiencia analítica. Paidós. Buenos Aires. 2003. P. 330

[2]J.Lacan, Joyce el síntoma. En Otros Escritos. Paidós. 2012.p.595

[3]J. Lacan, El sinthome. Paidós. Buenos Aires. 2006. P. 83

[4]J.-A.Miller, El ultimísimo Lacan. Paidós. Buenos Aires. 2013. P. 112

[5]Son términos de Lacan.

[6]J.Lacan. RSI. Clase del 15 de abril de 1975. Inédito

[7]J.Lacan. La tercera. En Intervenciones y textos 2. Manantial. Buenos Aires. 1988. P. 91

Tomado de: Papers N° 1, 2014-2016

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  • Pblicado: mar 04 2015
  • Etiquetas: acontecimiento del cuerpo, Cuerpo, Goce, lalengua, ser, Serhablante
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