
EL CUERPO DENTRO DE LOS MUROS
Por: Guy Briole
Los “muros” detrás de los cuales Lacan pronuncia sus Charlas[1] son los del Hospital psiquiátrico Sainte-Anne en París. Muros en los cuales hizo su internado, donde se encontró con Aimée y donde vino todas las semanas, hasta el final de su vida, a conversar con pacientes durante las presentaciones de enfermos, este “ejercicio que consiste en escuchar a los pacientes, algo que evidentemente no les ocurre a la vuelta de cada esquina”.[2]
La psiquiatrería[3] es el hallazgo de Lacan para hablar de la posición de falsedad de los psiquiatras cuando se entregan a toda suerte de contorsiones para encontrar una causalidad a la psicosis que les evitaría confrontarse a la locura y al “servicio social”[4] que contiene su función. La dimensión científica que dan las perspectivas genéticas y las de la nanomedicina, acabaron por precipitar los psi fuera de la clínica. Fóbicos de la transferencia, se volvieron sobre el cuerpo del enfermo.
Los cuerpos «encerrados»
Para Michel Foucault,[5] el hospital y la cárcel son ante todo lugares disciplinarios. Es en estos espacios, cercados sobre ellos mismos, que se ejerce la disciplina por el intermediario de los cuerpos. La tesis central de Foucault es que los enfermos, los locos y los prisioneros, son cuerpos encerrados. Estos cuerpos han, cada uno a su manera, infringido la ley, roto con un equilibrio biológico o social. Los protocolos, médicos, penitenciarios, etc., apuntan a reintegrar los cuerpos en las normas de un funcionamiento predefinido. Es un verdadero cuerpo a cuerpo que está comprometido entre el poder del cuerpo médico -y/o carcelario- y aquel que tiene a su cargo disciplinar. El cuerpo médico usa su saber para ejercer un poder en el centro del cual se encuentra una mirada particular llevada sobre los cuerpos. Es a partir de este punto, y retomando el dispositivo panóptico inventado por Jeremy Bentham, que Foucault extiende su reflexión al conjunto de una sociedad basada en la vigilancia. Así “el efecto psi” se insinúa en los diferentes engranajes sociales y afirma que “todo lo que es anormal con respecto a la disciplina escolar, militar, familiar, etc., todas esas desviaciones, todas esas anomalías, la psiquiatría va a poder reclamarlas para sí”.[6] ¡Bien visto! Qué anticipación sobre una evolución de la psiquiatría que se ha replegado sobre lo biológico para participar mejor en la acción política de la puesta en orden. Así puede explicarse la reintegración de la enfermedad mental en las enfermedades somáticas: todo es enfermedad del cuerpo.
Allí donde los psi permanecían como un punto de resistencia, de contestación para los poderes, los vemos ahora comprometidos a la puesta en orden de los cuerpos locos, cuerpos fuera de las normas ¡Los responsables políticos no esperaban tanto!
El sujeto ya no es el interlocutor de los psiquiatras. La locura está circunscrita al espacio de un cuerpo biológico y “los muros del protocolo se han sustituido a los muros del asilo”.[7] El psiquiatra no está interesado en saber a quién pertenece este cuerpo. Sin embargo, se siente concernido por lo que hace en el campo social ¡Se ha convertido en un asunto de policía, de justicia y de psi!
El enfermo mental se encuentra en los pasillos y en las celdas de las prisiones. Es una novedad de nuestra época. Despliega allí su locura a la cual no puede enfrentarse el personal penitenciario.
Sufrimiento, violencia, estigmatizaciones, castigos, abusos de tratamientos neurolépticos, ausencia de tratamiento coherente a largo término, son la cotidianidad de estos sujetos.
Esta vuelta a la prisión-asilo está marcada por el fracaso del seguimiento que debía asegurar la “psiquiatría de sector”[8], fuera de los muros. Esto es concomitante con el aumento de los enfermos mentales en la calle y, por consiguiente, en las cárceles. El enfermo mental está en situación de precariedad en la calle -pero “curado” según los criterios actuales aunque no tenga un seguimiento regular- en riesgo de cometer, más que cualquiera, delitos o crímenes que lo llevarán a prisión. El rizo se riza sobre lo que algunos admiten como la “solución de mal menor”, el encarcelamiento del enfermo mental.
El cuerpo en el hospital-cárcel
Y es aquí que la idea ha llegado a un poder alcanzado por su deriva hacia la seguridad de construir, con la ayuda activa de los psiquiatras, “el hospital cárcel”. En Francia, se llama Unité Hospitalière Spécialement Aménagée (UHSA),[9] donde están encerrados los detenidos que presentan trastornos psiquiátricos; nueve unidades están ya en funcionamiento, bien repartidas sobre todo el territorio.
He aquí los cuerpos no sólo constreñidos, encerrados, biologizados, sino también, retomando en esto a Foucault, “cuerpos observados”, “vigilados” y “castigados”. Recogía el carácter paradójico de los levantamientos en las prisiones en los años 70 que no eran tanto las protestas sobre la precariedad carcelaria como una revuelta contra las “prisiones modelos”, los guardianes, los psiquiatras: “se trataba realmente de una rebelión, al nivel de los cuerpos, contra el cuerpo mismo de la prisión”.[10] El rechazo está en relación con la “tecnología del poder sobre el cuerpo” que redobla la coacción moral. Esto incluye todo lo que se coloca del reparto de los cuerpos en los espacios, del abanico sobre el cual se juegan lo que alimenta estos cuerpos y lo que descarta, de los castigos que los tocan, de la violencia que reciben o que dan.
El cuerpo es tomado en los muros contra los que se golpea. Muros sobre los cuales se puede escribir pero sin hablar demasiado porque, aquí como en otros lugares, tienen orejas; no siempre benévolas.
El cuerpo del loco
En el hospital tampoco no hay que hablar demasiado, el medicamento se encarga de hacer callar. El cuerpo es “objeto y punto de mira del poder” y el encierro apunta a volverlo “dócil”[11].
El cuerpo del enfermo mental se queda como un lugar de experimentación. De cualquier manera lo estudian, lo contienen, lo excitan, lo calman, lo toman, lo miden, le inyectan todo tipo de cosas, le interrumpen selectivamente conexiones -denominación velada de la lobotomía-, le implantan electrodos, le provocan enfermedades iatrogénicas inducidas por una terapia electroconvulsiva (TEC) que ha encontrado su vigor primitivo en su función de disciplinar los cuerpos.
Añadamos que los psi benefician de una oscura complicidad de las familias: hay que calmar al loco, reducir su peligrosidad. Y es que el cuerpo del loco, en su desencadenamiento, concentra todos los tipos de peligrosidad: para él, para los otros y para los bienes ¡Hay urgencia! Hubo un tiempo donde esta urgencia podía resolverse, prevenirse de otro modo, en una relación donde la transferencia hacía que se dirigieran a un sujeto, a un ser hablante.
Hoy, de manera implícita, el deseo de curar incluye el de reeducar, de readaptar al entorno, por una acción sobre el cuerpo mismo. Lo cognitivo comportamental se encuentra en convergencia con la psiquiatría biológica y la neurología cognitiva en las cuales la neurocirugía patalea por juntarse. Están dispuestos a hacer de todo sobre este cerebro, por poco que lo provean de pacientes: implantación de electrodos, estimulación, cirugía estereotáctica, etc.
El fin del asilo clínico
Hablar a las paredes, es hablar a la historia de esos muros,[12] a lo que ha quedado de los muros del asilo que todo un movimiento ha querido reemplazar por un vínculo a la palabra, tentando de restituir al loco un lugar en la sociedad. Los psi han perdido la razón, están de espaldas a los muros.
La razón de los muros, es lo que se ha dilapidado, engullido por el retroceso de aquellos que han desdeñado la transferencia para entregarse a un enfoque supuesto racional y científico de la psiquiatría. De hecho, no es más que una ilusión, la locura siempre será locura y las terapias génicas o nanomoleculares no regularán los desórdenes de los hombres. Todo estando despojados de la clínica que de un saber hacer, y lejos de ser animados por un deseo de ir al encuentro de los pacientes, les queda aplicar protocolos que deciden los ingenieros, biólogos y especialistas de los enfoques cognitivos del viviente.
Lo que ha sido sacrificado es lo que este sintagma, asilo clínico,[13] contenía de respeto y de interés por el paciente y, más allá de la dimensión humanista, de una ética de la práctica en psiquiatría.
Para Lacan, no son los muros los que impiden entender, es el modo de escucha el que está cuestionado.[14]
Traducción: Helena Torres
Tomado de: Papers N° 7, Comisión de Acción AMP, 2014-2016
[1] Lacan J., Hablo a las paredes, BA, Paidós, 2012, p. 9.
[2] Ibid., p. 101. Nota del autor: es importante guardar la traducción más cercana a la frase de Lacan. En la época en la cual la pronunció y, aún más hoy, los enfermos psiquiátricos están en la calle, en cada esquina.
[3] Ibid., p. 18.
[4] Ibid.
[5] Foucault M., El poder psiquiátrico. Tres cantos, Madrid. Akal Ediciones, 2005, 391 p.
[6] Ibid., p. 226.
[7] Briole G., « Le jeune Lacan », in : Lacan au miroir des sorcières. La Cause freudienne, Paris, Navarin, 2011, p. 98.
[8] « Psychiatrie de secteur » : nombre de los lugares en los cuales, en Francia, se hace el tratamiento después del hospital.
[9] UHSA: Unidad Hospitalaria Especialmente Acondicionada.
[10] Foucault, M., Vigilar y castigar, Madrid, Siglo XXI, 1992, p. 37.
[11] Ibid., p. 140.
[12] Lacan J., Hablo a las paredes, op. cit., p. 99.
[13] Ibid., p. 96.
[14] Ibid., p. 100.