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A MI NOCHE NO LA MATA NINGÚN SOL

Héctor Gallo 1

Introducción

Este trabajo no es la presentación de un caso clínico de suicidio adolescente, pero si es una ilustración, a partir del análisis de la letra de una joven poeta, del modo como puede presentarse el malvivir en alguien que decide acabar con su vida cuando apenas comienza. El desciframiento de la frase que titula el texto, frase en la que son privilegiados los significantes noche, muerte y sol, nos permitirá mostrar cómo se vincula la letra con la vida de esta joven, qué elementos definen sus vínculos familiares y sociales, así como la relación que en ella se establece entre la barrera de lo bello y el abismo de la muerte.

Siguiendo los pasos de la muerte

Entre las pertenencias de la joven S, encontré una pancarta en la que aparece escrita con letras grandes, una frase de Alejandra Pizarnik que me pareció oportuno emplear para titular este texto. Es una frase que aparece en un poema denominado La mesa verde,2, poema que contiene las palabras de mayor resonancia y fascinación en la escritura de la joven que sirve de inspiración a esta reflexión.

En La mesa verde, de Alejandra Pizarnik, el sol no es una aparición que entusiasma la mañana gris de un día de invierno, sino “un gran animal amarillo”. Frente a ese animal, ella elige no ser ayudada, pues no considera que sea una desgracia el silencio del otro, sino “una suerte”. A juicio de su experiencia poética, no hay “nada más peligroso, cuando se necesita ayuda, que recibir ayuda”. En su poema rememora “el sol de la infancia”, termino en el cual combina la muerte con la vida hermosa, aunque enseguida dice: “Pero a mi noche no la mata ningún sol”.

Ese Pero…, con mayúscula, es una sentencia que finalmente marca el sol de la vida con el sello trágico e inamovible de la noche. Es un Pero que por haber quedado ungido del poder de quitarle valor a toda representación animada por el deseo de vivir, mantiene el alma ardiendo de dolor, empuja a ir “hacía donde no hay dónde” e invita “nada más que hasta el fondo”, porque “los de abajo tienen que quedar abajo”.

Los pasos literarios que S va dando, están destinados a hacerla parte de “los de abajo”. Inspirada en la poesía de Alejandra Pizarnik, va diseñando el fondo de un extraño mundo en el que no hay donde habitar. La inhospitalidad del mundo se ve reforzada por la aparición en su vida de un ser nefasto, de quien parece haberse enamorado sin encontrar el eco que anhelaba. Significantes como “Noche”, “muerte”, “mierda” y “mundo no apto para mí”, son los preferidos en sus escritos y la acompañan hasta el día en que sale salvajemente de la escena que ella misma fue confeccionando. El Otro -padre, madre, familia, algún amor venturoso, la misma escritura-, que hubiera podido servir como un principio de orientación y alojamiento opuesto a la muerte, queda borrado radicalmente de sus expectativas.

A medida que se acerca el desenlace, los escritos de S son cada vez más reiterativos en la connotación de la “inhospitalidad” del mundo en el que vive. En cuanto a la vida cotidiana, su estado se torna sombrío y evidencia un vacío de ser que se manifiesta como desesperanza. Si bien reconoce que lo bello traería consigo regocijo, no acepta darle una oportunidad al sol para que ilumine la noche de su malvivir.

En distintos pasajes de sus escritos, S describe el mundo como indigno de toda estimación, sostiene que no es para todos y menos para ella. Los reproches e insultos, en principio no se los dirige así misma sino al despreciable mundo, al cual acusa de no poseer nada que deba ser enaltecido. Se siente atrapada por los ojos inciertos de la muerte que la quema y condena a un vacío de incertidumbre y pánico. No acepta que vivir sea una obligación y nada en ella permite deducir que la asista una inclinación a conservar la vida, no por considerarla inmerecida -como sucede en el delirio de indignidad propio de la melancolía-, sino porque si el mundo es deshonesto, egoísta y defectuoso, no tiene sentido hacer parte de él.

Con respecto a la novela familiar, no se encontró en sus escritos nada distinto a lo que suele inscribirse en el imaginario de cualquier adolescente que deba integrar la separación de los padres como parte de su historia. Aparece el imaginario del abandono, imágenes relacionadas con el hecho de tener que rodar desde “muy pequeña”, tristeza por no contar con un asidero que de estabilidad y un sentimiento de competencia por quien es más agradable y mejor progenitor. Una madre más o menos dominante y un padre simbólico que no regula suficientemente ciertos caprichos que no faltan, más un sentimiento de soledad y rechazo, hasta quedar con la sensación de estar siempre fuera de lugar y de ser “hija de nadie”, conforman el panorama general de la novela familiar de nuestra joven. Por fuera del hecho particular de sentirse “hija de nadie”, no hay otro tipo de adversidad, por ejemplo, abuso, maltrato, violación, abandono literal o pobreza extrema, que justifique objetivamente la indignación del sujeto contra el mundo y su falta de gusto por la vida.

La muerte como “liberación”

Como S rechaza inscribirse en cualquier deber ser, sostiene que daría su gustosa aceptación sólo a una obligación: “liberarse de la vida cayendo en la muerte”. Ella no debe morir para liberar a los demás de su despreciable presencia, sino para liberarse así misma. En esta perspectiva escribe: “empiezo a creer que ella, maldita, tiene un aire mortal. Quien es esa maldita que me obliga a amarla; […] que cree que puede hacer conmigo lo que le de la gana”. […] No puedo liberarme, […], estoy ahí atrapada, junto a ella, ahogada, […]”.

No hay autocrítica del sujeto, ni goce en el rebajamiento de sí mismo, sino descontento con la vida. Ésta tiene un aire mortal, ahoga, atrapa y somete, no es para el sujeto. Considera que la muerte “hace que viva en este estúpido mundo lleno de mierda y rencor, este mundo con sus difíciles situaciones, con sus trampas, con sus hipocresías y, en especial, con sus mentiras”.

“Es la muerte la que hace que yo sufra, que esté atrapada y que no pueda salir de este laberinto, esa misma que no quiere llevarme, obligándome a seguir escuchando tonterías, a sentir el consumo y las estupideces que hace la humanidad”. La “muerte no quiere acogerme en su seno, en su tierra, en su mundo, […] no quiere que yo esté tranquila, que yo viva feliz y que disfrute lo que me rodea”. […]: “¿qué va uno a hacer? O mejor, no que va uno a hacer sino ¿para qué hacerlo?”

¿Qué hacer? o ¿para qué hacerlo? Son dos expresiones que dan cuenta de un dilema ético del sujeto en la antesala de su pasaje al acto. Una de sus compañeras de colegio que sabe del asunto que la embarga y en la que se manifiesta la hermandad por la vía de una identificación al significante “nada vale la pena”, le escribe a la joven: “Hola S, ¿cómo estás? Espero que bien y viva por lo menos”. En la parte final le dice: “Bueno, por último… ¡usted se muere primero!

“Usted se muere primero”, indica que se ha producido un pacto sobre la base de la muerte y como al parecer participaban de la misma idea otras cuantas jóvenes, la cuestión había llegado a adquirir un valor epidémico. No se trata de la infección psíquica por imaginarse colocadas en la misma situación de la joven suicida, sino de demostrarse la hermandad conduciéndose todas hacía el mismo fin. Las unía en ese momento una identificación, no propiamente a los mismos sueños de futuro y al regocijo que se supone propio de la juventud, sino a unos significantes amos que testimonian lo que se siente en la relación con el mundo y que empujan al suicidio.

Encontramos que la decisión final de la joven se acompaña de significantes como a “fin de cuentas todo es una equivocación”, no “vale la pena quedarse”, estamos en una “urbe llena de suciedad”, “somos basura y la fabricamos; la moldeamos y logramos evaporarla, eliminarla, desaparecer…”. El mundo es un enjambre de significantes negativos que nombran al sujeto en su relación con otro significante que no la representa sino en la muerte por venir. Entre más se aproxima la hora cero del pasaje al acto, más se patentiza un bello decir en donde el mundo y su ser se confunden en la vía de la degradación, el desprecio, la ruina y el desecho.

Ser y mundo

La coincidencia del mundo y el ser en lo tocante al desprecio, es notable en un escrito que S conservaba entre sus pertenencias. El escrito era de un nefasto personaje amado y admirado por ella; es un escrito con sabor satánico, otra influencia maldita que sin duda contribuyó al diseño de un lento sacrificio. Queda como impresión, que la víspera del suicidio S fue a buscar a este personaje, pues al parecer quería entregarle el testimonio de un sacrificio del que no era ajeno.
El escrito que conservaba del personaje citado, está hecho en un estilo que parecía fascinarla porque combina lo bello y el horror. “Si vas a asesinar a alguien, no asesines al patrón explotador, al político tonto y corrupto, al violador de tu hermana, al que injuria a tu madre, al que saquea tu casa, al que choca tu auto, […]. Estrangúlanos a nosotros, conspiradores de la miseria universal, fundadores de la Noche, larvas de intrascendencias […]”

El texto es un pequeño mapa de lo que a diario sucede en el mundo contemporáneo. Es algo así como un espejo más que le sirve a S para reflejarse como ser miserable y una indicación de cómo deberá proceder cuando decida su “liberación”. En el momento de llevar lo despreciable del mundo y el desaliento de la vida al ámbito práctico, tiene la obligación de convertirse en instrumento de un sacrificio y ha de seguir al pie de la letra la indicación del fundador de su noche soñada. Al aproximarse el día de la muerte, se encierra entre las paredes de un cuarto, ingiere una sobredosis de pastillas -no se sabe de que tipo-, y se mata como si ella misma fuera una larva intrascendente.

Lo bello y la muerte

S no empleó métodos violentos sino lentos, tomó precauciones para no ser salvada y así se inscribió como única inventora de su noche, hasta el punto de volverse bella. No se vuelve bella por matarse, sino porque lleva hasta las últimas consecuencias la ley del poema, ley que fija la obligación de fabricar una “noche cómplice” de la muerte, un silencio en el que se escucha la agonía de los desconocido y se encuentra con la quietud inmóvil.

Lo bello y la muerte, la soledad y el silencio, su negro vestido y la carta de amor, se tornan inseparables hasta la noche solitaria de la muerte. Esa noche le escribe a un amigo una carta da amor. Enseguida conjuga lo bello y el ultraje de la vida, anunciándole: “fue un placer haberte conocido, un placer coincidir en esta vida, lo cual también significa, hasta aquí llegamos tu y yo”. El amor no será el sol que venga a matar su noche elegida.

Lacan dice que a pesar de que no todos los analizantes sean poetas, ciertas referencias del sujeto al registro de la estética, en la medida en que aparecen en un análisis “más singularmente esporádicas, tajantes, en relación al texto del discurso” 3, ya sea bajo la forma de citas o de recuerdos escolares (…), “son correlativas de algo que se precertifica ahí en ese momento y que siempre es del registro de una pulsión destructiva”.4

Esta joven infortunadamente no estaba en análisis, pero de su letra poética deducimos que para ella el amor y el poema no son la antesala del sol que mata la noche, sino el anuncio de la destrucción. Los poemas y la declaración de amor son cercanos al momento de la muerte, no cumplen la función de invocar la vida y hacer languidecer la muerte, sino que la enaltecen como una reina absoluta. ¡Que a mi bella muerte nadie me la toque! Noche y muerte definen lo que nuestra poeta desprecia y ama, son sus bienes hasta el día en que la cerca protectora de lo bello se traspasa definitivamente.

La angustia poética se localiza en el hecho de no entender por qué vivir es un deber o algo relacionado con el gusto e ilustra eso que Miller denomina la crisis actual de lo Real en cuanto a su sentido, control y localización. Ante la caída de las identificaciones familiares y de los ideales sociales, la joven poeta es literalmente tomada por un enjambre de significantes amos de goce que la empujan hacía el riesgo de lo contingente, riesgo definido por una incertidumbre acerca de lo que significa lo real.

El suicidio, al que hemos aludido, es un ejemplo de la contingencia a la que se ven sometidos los adolescentes en una época del Otro que no existe como orientador de sus vidas. La complejidad de su decisión, su negativa a inscribirse en valores éticos relacionados con el deber ser, la impotencia que experimenta para encontrarle a la vida su lado amable, son motivos suficientes para oponerse a cualquier pretensión de explicar el malvivir de un adolescente y su eventual suicido, desde una perspectiva que evoque la medición, la cifra y el estándar.

Lastima que S haya entrado a hacer parte de la estadística anónima e insignificante de las adolescentes suicidas, en lugar de haber seguido trabajando en la conquista de una experiencia original e incomparable por la vía poética. Con su muerte prematura, renunció a plasmar en su letra un estilo de vida singular y un mensaje en el que se la pudiera reconocer como poeta. Este escrito es un respetuoso homenaje póstumo a su talento, una forma simbólica de inscribirla en un lugar distinto al de la suicida que deja notas personales para testimoniar su adecuación de la vida a la muerte.

Como las respuestas para explicar el suicidio de un adolescente o sus asesinatos, son siempre “contradictorias, inconscientes, en todos los casos, inciertas”,5 decidimos acogernos sólo al mensaje hecho confidencia y a lo que nos podía enseñar el designio contenido en su letra ardiente. Si en esta ocasión, para hablar.

NOTAS:

1 Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL-Medellín). Profesor del Departamento de psicoanálisis. Universidad de Antioquia.
2 Pizarnik, Alejandra. Poemas. Medellín: Editorial Unicornio, 1985, pág 73.de un suicidio,

3 Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7: La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. 1988. Pág. 287.
4 Ibíd.
5 Ibíd. Pág. 12. 40
desatendimos todas las teorías existentes sobre los adolescentes de la actualidad y sobre su mal vivir, es porque preferimos rescatar la implicación poética del sujeto en la antesala de su sacrificio.

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  • Pblicado: mar 31 2013
  • Etiquetas: adolescencia, lo bello, Psicoanalisis en colombia, pulsión, suicidio
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